martes, 27 de septiembre de 2011

El diario de las locuras de la casa de al lado

El diario de las locuras de la casa de al lado.

27/09/2011

Relaciones diplomáticas



 Sí, es cierto que hace ya algunos días que no escribía nada en el diario, pero es que me había hecho la ilusión de que por alguna circunstancia desconocida pero favorable para mi, ya no me molestaban los habitantes de la casa de al lado. Pero, como todas las ilusiones o espejismos se acaban y reaparece la realidad, y aquí está. Para deleite de oídos, para intranquilidad de alma, señoras y señores, desde las cuatro y veinte de la tarde, ¡Carmen! Versión pianillo, a piño fijo.

 Supongo que el Florero no está en casa, y la Loca se dedica a hacer de las suyas, querrá provocar una discusión o algo parecido, aunque no le vamos a dar el gusto, yo porque me desahogo contándoos todas estas cositas aquí, y es suficiente para mi, y mi marido porque hoy tiene que atender asuntos fuera de casa y ya se marcha. Pero recuerdo el día que todo se fue al garete, es decir, toda la cordialidad que manejábamos haciendo filigranas y tragando lo intragable, estalló.

  Era por primavera, un sábado que yo tenía invitados en mi casa, aquel día tenía muchos invitados, celebraba una fiesta de cumpleaños. En aquella época mi marido tenía un trabajo con horario nocturno, de modo que entraba a las diez de la noche y salía sobre las seis y media de la madrugada. Con lo que ya podéis imaginar que dormía de día.  Cuando la habitante Loca de la casa de al lado se enteró, de dio por poner la música muy alta, desde las nueve de la mañana hasta la una o las dos de la tarde, y para fastidiar aún más, la ponía fuera en la terraza.

 Imaginar lo alta que la ponía que cerraba las puertas de su cocina, porque era insoportable.  Cuando la gente me llamaba por teléfono, tenía que meterme en una habitación aparte y cerrarla porque no me oían, y todos preguntaban que porque no bajaba la música, y evidentemente todos flipaban cuando les decía que era la música de la casa de al lado. Aquello era sencillamente una tortura, sobretodo para las personas que necesitaban dormir de día, que eran mi marido, y algún que otro vecino más que también trabajaba de noche.
 Algún que otro vecino más que también trabajaba por la noche, y que conservaba las relaciones diplomáticas (hasta aquel momento) con los habitantes de la casa de al lado, fue, como comprenderéis, a pedir serenidad y un poco de respeto. Estoy segura de que el hombre fue muy educado, y por supuesto tenía toda la razón. Pero la Loca le mandó al mismo sitio que al resto de la humanidad que le llama la atención. Y, además, ofendida porque le pedían explicaciones a ella y no a nosotros, que le hacíamos la vida imposible. El hombre flipó en colores, no podía decir nada de nosotros porque no le molestábamos, (lo cual era normal, si en mi casa se dormía de día y de noche, que ruido íbamos a hacer) y el pobre hombre fue declarado persona non grata en la casa de al lado, (otro más en el club), y se fue con una enemiga más y sin ninguna solución.



 En fin, como nosotros no teníamos acceso a la casa de al lado no podíamos pedir silencio, porque además ya éramos bien conscientes de que en cuanto esa mujer sabía que molestaba con algo, ya jamás se cansaba de hacerlo, ni siquiera lo intentamos, eso sí, aquel día del cumpleaños, como tenía mucha gente en casa, celebré la reunión en la cochera, que es la sala más grande  de toda la casa, y por consiguiente saqué los coches fuera, y aunque nunca aparcaba delante de la casa de al lado, aunque no tuviesen vado, pensé que con toda la gente que iba a venir, seguro que alguno le aparcaba, y ya habíamos tenido un show al respecto, de modo que para evitarles el show a mis amigos, aparque uno de los coches delante de la casa de al lado. Podéis pensar que fue un acto de provocación por mi parte, podéis creer que me busqué aquel problema, y es cierto, tenéis razón. Pero imaginar que no podéis dormir bien  en varios meses, y la fuente del problema es inaccesible. No os gustaría devolverle la pelota, aunque solo fuese un poquito. La verdad es que estábamos hasta las narices.

 

 El Florero vino varias veces a mi casa a hablar con mi marido, pero yo estoy convencida que esperaba a verlo salir para venir y no encontrarlo. Porque vino por lo menos tres veces, y no dijo lo que quería, solo que quería hablar con mi marido, se lo dijo a mi suegra, me lo dijo a mi, y se lo dijo de nuevo a mi suegra. Mi marido estuvo en casa todo el día, porque la cochera no es que sea el salón de casa y evidentemente para celebrar un evento teníamos que limpiar bien. Él solo salió a recoger la merienda de los niños al McDonals luego a por la tarta y a recoger a uno de los invitados. El resto del tiempo estuvo en la casa. Pues el Florero vino justamente en estas tres ocasiones. Yo creo que no quería encontrarlo, pero tenía que hacerle ver a su loca mujer que lo  intentaba. No se puede tener tan mal acierto, tres veces seguidas. Y ya os habreis percatado que la valentía de este hombre es como mínimo cuestionable.
 La cosa es que la Loca se puso a hacer de las suyas y a dar voces, todavía no estaba la casa llena, pero algunas de las personas que vinieron ya fueron conscientes del problema. Luego hicimos mucho ruido, supongo, pues éramos sobre unos treinta, de los cuales habría al menos quince niños y niñas. Haríamos ruido, es normal. Y si la Loca chilló mucho o poco, yo no me enteré pues ya tenía bastante organizando los juegos y atendiendo a los invitados. Sobre las diez de la noche, ya no quedaba casi nadie, los amigos más íntimos, que nos ayudaron a limpiar y recoger un poco todo. Y sobre las once ya se fueron todos, y fue entonces cuando se montó el gran jaleo.

 Yo estaba ya arriba, recogiendo juguetes con mi niño, y de pronto escuché a mi marido gritar, con malos modos. Ya solo quedaba meter los coches en la cochera y descansar, pues el día había sido agotador, y para él aún más pues había dormido muy poco, que junto con las costumbre de la Loca, era demasiado sueño acumulado. Bajé como un cohete, pues sabía que aquello tenía muy mala pinta. Mi marido estaba muy enfadado y llamaba loca, a la habitante adulta de la casa de al lado, así que aunque no sabía lo que había pasado, sabia que tenia que calmarle, porque estaba trastornado, y le hablaba pero él no me veía, ni me escuchaba, solo miraba donde estaban la Loca y el Florero, que tampoco paraban de insultarle, aunque estaban escondidos detrás de las verjas.

 El Florero intentó salir, pero la Loca había cerrado con llave la verja, y no podía abrir, así que estaba convenientemente  encerrado dentro de la seguridad de su casa. Apelé al niño para que mi marido reaccionase, le dije que estaba asustado, que lo estaba, porque el pequeño bajó detrás de mí, y le pedía a mi marido que se lo llevase de allí, para que desconectase y consiguiera pensar. Al final se marchó y me quedé yo con el Florero y la Loca, ellos detrás de su protectora verja y yo en la calle.
Les pregunté cual era la causa de aquellos gritos, y me dijeron que no estaba bien que no hubiesen podido sacar el coche, que lo habíamos hecho a propósito para fastidiarles. (Eso era verdad, lo reconozco) Yo les dije con toda la educación que fui capaz de reunir y con toda la calma que podía juntar después de ver a mi marido fuera de si y a mi hijo asustado, pues el chiquillo jamás había presenciado algo similar en su vida, que no hacía falta ponerse así, tan solo con que lo hubiesen dicho se lo habríamos quitado con mucho gusto, al fin y al cabo no tenían vado, y si no era nuestro coche hubiese sido el de alguno de mis amigos. A lo cual la Loca contestó – ¡Yo no tengo el porqué de ir pidiendo nada a nadie, ni de llamar la timbre de nadie!-

A lo que yo respondí – Y si no  lo dices ¿cómo lo vamos a saber? ¿Acaso es mejor  gritar como locos en medio de la calle?-

 A pesar de todo, parecía que las cosas se calmaban un poco, y el marido me acusó de que nos habíamos dedicado a tirarle los palillos de pinchar la comida en su pérgola. Esos palillos eran de plástico de colores, y efectivamente, después comprobé que había unos cuántos sobre el techo de la pérgola. Me imagino que los niños jugarían a acertarlo allí arriba.  Pero el Florero llegaba a insinuar que los niños no habían sido. Así que me reí de él diciéndole  -¡Por favor! ¡Yo ya tenía mucho trabajo atendiendo a la gente y mi marido igual! ¿De verdad crees que mis amigos, que no te conocen de nada, que pasan de los treintaitantos o más van a dedicarse a tirar palillos a la pérgola del vecino? ¡Anda Ya!
  No me digáis que no era para ponerse a reír semejante insinuación.  Depués pasamos a la música, le dije que mi marido estaba muy cansado y que le volvería a gritar si no lo dejaba en paz, y que uno de los motivos era su música, a lo cual la respuesta de la Loca fue - ¡A mi en mi casa nadie me tiene que decir que tengo que hacer! Y pondré la música como me de la gana.- Respuesta que por otra parte yo ya esperaba, pero ¡estaba comunicándome con ellos, quizás hubiese luz al final del túnel!

 Más tarde mi marido volvió a aparecer, estaba más calmado pero seguía estando muy cansado e irritable. Me llamó para que lo dejase ya y entrase en casa. Ella al verlo lo increpó de nuevo - ¡Mira el chulo, flaco desgraciado este! – La conversación medio llevada volvió a derivar en un intercambio de insultos. Salieron nombres de otras personas, que no estaban allí, pues ella quería que yo viese a mi marido como el malo de la película y a ella como la víctima, no sé como pretendía hacerlo, o si creía que yo era muy estúpida, el caso es que para demostrar lo buena que ella era nombró a una tía abuela mía que conocía a su madre. Le seguimos la corriente, conseguí meter a mi marido en casa y a pesar de los insultos, y  a pesar de todo, estábamos hablando de los cubos de agua, de los gritos, de todas las cosas que tenían que haber sido habladas de mejor forma muchos meses antes. Veía un hilito de esperanza en recuperar la cordialidad entre vecinos, aunque siempre iría con pies de plomo, parecía abrirse una rendija de esperanza de finalizar aquella absurda situación.

Llegué a disculpar a mi marido porque estaba muy cansado, y les invité a venir un día, con más calma, a mi casa y solucionar todo aquello tomando un café, con más serenidad, sin estar tan cansados ni enfadados. Los problemas se pueden solucionar si no se dejan hacer demasiado gordos, les decía. Y así quedamos, o así creí yo que quedábamos.
 Cuando subí a casa el niño estaba durmiendo y mi marido estaba viendo la tele en el sofá, le dije que habíamos hablado a pesar de todo. Aunque se había montado un buen follón habíamos hablado y podíamos arreglar la situación. Él me contestó que todo el esfuerzo que había hecho aquella noche era perdido, que esa mujer estaba loca y que volvería a liarla a la mínima de cambio.  

 Él estaba mejor encaminado que yo y no tardaría mucho en descubrirlo. Pero esa historia os la cuento mañana que hoy ya es muy tarde.

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