viernes, 20 de noviembre de 2015

Tercera parte, Nueva amenaza (continuación2)

Tercera parte, Nueva amenaza (continuación2)

Se convocó asamblea aquella misma noche, se hizo un fuego, aunque no hacía nada de frio. Y se explicó la situación.
Ricky fue el primero en exponer su idea  de usar armas de fuego para abatir a la bestia. Yayo Cristian se opuso, como ya había hecho antes, pero esta vez sí hizo su propuesta, entendía que el plan más eficaz seria hacer una trampa y llevar al animal a la misma con algún tipo de cebo.
Yayo Cristian pesaba más que Ricky en la comunidad, no había ninguna prohibición tampoco, exceptuando la de las armas de fuego. La verdad  era que no las habían usado y les había ido bien. Algunos chicos habían perfeccionado lanzas y adquirido cierta destreza y puntería con las mismas. Pero tampoco se habían sentido amenazados por nada que no  fuera el virus o el hambre,  y aquello parecía pasado ya.
Hubo mucho revuelo, todos estaban conformes en matar al bicho, pero la cuestión era cómo, siguiendo la Ley o quebrantándola.
El debate fue intenso y finalmente la solución de Yayo Cristian  tomó ventaja. Nadie sabía usar un arma, ni siquiera Cristian, que lo más cerca que había estado de un arma fue en su servicio militar, y todavía tenía escalofríos al recordar el sonido del cetme al disparar, y eso que solo fueron disparos a una diana, aunque con munición real. Recordaba el sudor de las manos y el miedo en el corazón de saberse capaz de matar a una persona si se equivocaba. De aquello hacía ya casi cincuenta años, pero la sensación de repugnancia, miedo y aprensión aún recorrían su espalda al recordar el frio tacto de la muerte, con forma de cañón y de balas.
Las trampas por otro lado, eran conocidas por los pequeños cazadores y cazadoras del grupo, el plan era mucho más cercano que coger un instrumento peligroso que tampoco sabían usar, por mucho que recordaran como los usaban en la tele, prácticamente todo el mundo, la realidad era que ellos  no tenían ni idea, pero si sabían, también por la tele que aquellos instrumentos eran fatales, la gente moría. Y de muerte real si sabían, demasiado para sus cortas edades. Con estos criterios el plan de la trampa de Cristian se impuso al de las armas de Ricky, y este tuvo que capitular.
También se aprobaron algunas reglas nuevas, todos los habitantes de aquella sociedad de menores debían ir siempre acompañados, ya nadie podía ir solo fuera de los refugios. Las puertas y ventanas de los refugios se reforzarían, habría siempre fuego cerca de los refugios para disuadir a la fiera de acercarse a los mismos.
La asamblea se disolvió y con las nuevas precauciones puestas en marcha cada grupo, juntos regresaron a sus hogares.
El terreno en el que se encontraban era su mejor baza para luchar contra la fiera, pues era una zona de humedales. Cristian conocía  zonas donde el agua que brotaba del suelo hacía que la tierra se volviese tan húmeda y disuelta que la convertía en una trampa natural, donde había que tener gran cuidado, pues animales como los caballos podían hundirse allí, con su carga y sus aperos. Cristian recordaba que alguna vez de niño, había visto a los hombres luchar mucho por sacar algún animal allí atrapado. Aquella sería la forma más eficaz de atrapar al monstruo, llevarlo hasta  la trampa que la naturaleza ya tenía dispuesta en la planicie. No sería tan complicado, una de estas zonas se encontraba cerca del manantial, de hecho era el mismo manantial, pero el agua no llegaba a emerger como tal. Seguramente, y como ya lo había hecho o bien acudía a beber o bien a buscar presas allí.
Habría que vigilar la zona por si aparecía. Dispondría  muchachos y muchachas en la ermita para esta labor. Señalizarían discretamente la trampa, para no ser víctimas ellos mismos.Aunque con el arroz alto como estaba la zona se distinguía sola, allí no había plantas así.
Cristian iba haciendo un plan de como  abatir al animal. Le faltaba la parte de atraerlo hacia la trampa. No sabía todavía como lo podrían llevar hacia allí de un modo más o menos seguro para sus cazadores. No sabía que inteligente podía ser, como de grande era. Que familiaridad tendría con los seres humanos. Le faltaba mucha información todavía. Solo sabía que nadie tocaría una escopeta. Necesitaba saber a qué clase de bestia se tenían que enfrentar para definir su estrategia de caza.



Había pasado ya una semana del suceso del cerdo devorado. Nada importante había ocurrido, aunque el nivel de alerta seguía siendo máximo.
Aquella mañana, como muchos otros días había hecho, Sonia fue a buscar a su yegua Pandora, deseaba salir al trote un rato, pero Javi la detuvo.
-No puedes salir a trotar hoy, no hasta que matemos a la fiera.- Le dijo
Sonia se enfureció con él, estaba harta de todo aquello, le gustaba salir a cabalgar con su yegua, le hacía sentirse bien, siempre se veía tan menospreciada. Cuidando cerdos y otros animales de granja. Y desde que habían puesto las nuevas normas ya no podía ir y venir por los campos como antes, y tenía que quedarse muchas veces en el refugio de la granja, con David  y los demás cuidadores de animales, se sentía como expulsada de la casa de Yayo Cristian. Por su seguridad, le decían, pero ella creía que no la querían allí, no era tan valiosa como su hermano inteligente, o su amiga médico. Que ahora ya era una mujer, y ya no quería saber de niñas como ella.
Carla y su familia se las habían ingeniado para fastidiarle lo único bueno que ella creía hacer, cabalgar. Su mejor amiga en el colegio, cuánto se había alegrado de encontrarla cuando el mundo cambió, pero ahora no sentía esa alegría. Sentía un rabia interior que la dominaba cuando pensaba en ella, Carla era ahora como una especie de reina, pues no había sido  nunca más que una mosquita muerta detrás de ella, Sonia, que con sus descaro le sacaba las castañas del fuego mil veces a su mojigata amiguita. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo se habían cambiado tanto los papeles? Si no fuese por su guapo primo y por su abuelo, Carla no sería nada, nada. Si ella tuviera su poder, revocaría aquella norma estúpida de no poder salir sola.
-Pero ¿qué te pasa Sonia? Ni siquiera tú puedes ser tan estúpida para no comprender que es por tu propia seguridad-  Javi intentaba razonar con ella, pero aquella frase la sacaba aún mas de quicio, “por tu propia seguridad”
- Tú, que eres mi hermano, pero les das la razón a ellos, y ¿por qué? Pues porque ella te vuelve loco, pero no te das cuenta de que solo quieren mangonearlo todo en la vida de todos. ¿Tú viste al cerdo? ¡No! ¡Ni yo tampoco! ¡Y me lo tengo que creer y obedecer, solo porque ellos lo digan! Igual se murió de viejo o de enfermo, al fin y al cabo ellos saben muy poco de animales de granja.- Sonia argumentaba contra la palabra de los cazadores, y tenía razón en una cosa, ninguno de ellos dos había visto al animal, y el único que sabía algo de animales de granja era David y estaba de centinela, tampoco vio al cochino. Pero ¿Qué sentido tenia inventar algo así?
-¿Qué te ocurre Sonia? Es porque quieres ir a cabalgar, yo te acompaño, vamos los dos. Tu monta a Pandora y yo a Strategos, pero no digas más sandeces, ¡por favor! ¿Por qué mentirían? Carla es tu mejor amiga.- Sin querer Javi volvió a meter el dedo en la llaga y Sonia estalló.
-¡Yo creo que desde que es importante ya no es amiga de nadie!, si no, ¡mira, mira cómo te trata a ti!, la admiras como a una diosa, pero ella pasa de ti, le da igual, ni siquiera te ve- Sonia sabía que hería a su hermano, pero le daba igual, sentía una satisfacción momentánea, creía que así dañaba la imagen idílica de Carla, y ya que no podía disfrutar de su paseo a caballo se desfogaría de esa forma.
- ¡Sonia! ¡Basta ya! ¡No digas más tonterías! Me voy al laboratorio, no quiero pelearme contigo y se me agota la paciencia ya- Javi se marchó apenado, y aún pudo oír a Sonia.
-¡Sí, corre! ¡Ve a levarla a los altares, corre con ella! ¡Ofrécele tu cabeza para  que pueda pisarla!-
Javi no contestó, tenía los puños apretados, si se hubiera quedado un poco más la hubiera golpeado pero al iniciar su salida de allí no regresó, de no haberse puesto en marcha, no sabía cómo hubiera acabado aquello.
Como no podía irse solo del refugio llamó a una de las chiquillas que allí vivian también para que lo acompañase al laboratorio. A Raquel le gustaba mucho ir allí, así que se fue gustosa con él. Javi pensaba que allí vería a Carla y se le pasaría el mal humor que su hermana le había provocado.
Cuando su hermano se marchó, toda aquella euforia que había sentido insultándole, la sensación de satisfacción que había tenido, se fue trasformado en algo agridulce y poco a poco en un amargo trago, y al cabo de poco se sintió muy mal, tenía unas ganas enormes de llorar, de gritar y de romper cosas. Sabía que no había sido justa con él, se había ofrecido a acompañarla, a pesar de que no era muy de su agrado, pero ella ofuscada en su cabreo lo había herido, y ahora se sentía fatal, necesitaba salir, tomar aire fresco y pensar. Ella no conocía mejor forma de pensar que a lomos de su querida Pandora. Así que, desoyendo la norma de no salir sola a espacios abiertos y sin su  hermano para detenerla montó a su yegua y salió a trotar por  la planicie.
Sus nervios se relajaron, su cuerpo se dejó fundir con el de su cabalgadura, eran como un todo y en vez de dos seres. Se  dirigió hacia el mar, la playa, allí podría bañarse y relajarse. Sus pensamientos se diluyeron, sintió  el viento en su cara y el calor de su animal en sus piernas. Era la mejor sensación del mundo, cabalgar con Pandora por la planicie, rumbo al mar. El paseo a caballo hasta la playa costaba unos quince minutos, y ella se encontraba ya muy cerca, podía oler el inconfundible aroma del salitre que le llevaba la brisa. Pero de repente su conexión con el animal cambió. Pandora estaba alterada, asustada, algo la había puesto nerviosa, quizás fuese una serpiente, a veces pasaba, había muchas por allí, aunque no eran  peligrosas.
Sonia se irguió todo lo que pudo para observar a su alrededor, y ver que había inquietado a la yegua. Había reducido la marcha, ella la acariciaba para que se tranquilizara, sus orejas se movían raudas en todas direcciones.
De repente lo vio, no estaba demasiado cerca, pero se veía perfectamente, las miraba atentamente, acechante. Sonia también sintió el miedo, no quería trasmitírselo a Pandora. ¿Por qué no le habría hecho caso a su hermano?
Entre las hierbas altas de los arrozales, que empezaban a dorarse, asomaba una melena rojiza y unos ojos felinos, aunque tranquilos, que las observaban.

Sonia dominó su miedo a duras penas, dirigió a Pandora en dirección contraria al león que las miraba. Ella tampoco dejaba de mirar al enorme felino, intuía que así lo controlaba mejor, y como si de un perro se tratase, pensaba que si salía huyendo cual pelota lanzada, el león atacaría sin vacilar.  Al paso, sin correr y sin dejar de mirar al monstruo, fue poniendo tierra de por medio, el cazador descubierto no  tenía opción, y cuando su  posible presa estuvo a una distancia inalcanzable ya, dio media vuelta  y se marchó de allí en dirección al Pedrusco.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Tercera parte (nueva amenaza, continuación)

Tercera parte (nueva amenaza, continuación)
Pero ahora era preciso regresar y poner a salvo la comunidad, era prioritario disponer unas mínimas medidas de seguridad y  recoger a la partida de caza, completamente expuesta.
Hizo señal a David, el centinela, de que iban hacia allí con él, la ermita parecía el lugar seguro más cercano y debían recoger al chico que desde allí vigilaba, Era más seguro moverse en grupo que hacerle venir solo. Y allí se dirigieron, con un nuevo sentimiento, el de haber pasado de cazadores a presas.
Llegaron hasta la ermita sin problemas, allí se refugiaron y se convocó una asamblea de urgencia. Ricky explicó sus impresiones a sus compañeros, habló acerca de la posible bestia y pidió a los que en ese momento estaban que recordaran si habían visitado Zoopark, y lo que allí habían visto.
Había que pensar cómo proteger a la comunidad, sobre todo a los más pequeños, la presa más fácil eran los niños pequeños y los bebés. Ricky pensaba en Saúl, era un curioso muy travieso, se metía en apuros enseguida, pero él lo quería mucho, él y Saúl eran lo único que quedaba de su familia y su padre le encomendó la tarea de protegerle, y no la olvidaba nunca.
El padre de Ricky  había sido un hombre práctico, Ricky se parecía a él en eso, su pensamiento era lógico y llevaba a soluciones tangibles. Algo que se podía hacer para solucionar el problema. ¿Qué habría hecho su padre? Llamar al 112, pero eso estaba descartado pues ya no existía. ¿Qué haría el 112? Coger un helicóptero, peinar el terreno y disparar un dardo somnífero al bicho y devolverlo a su jaula.
Opciones reales, no había  helicóptero, no había jaula donde devolver el bicho. Pero quedaba disparar aunque no para dormirlo, para abatirlo. ¿Cazador o presa? Mejor cazador. En su cabeza se iba urdiendo un plan que debía pormenorizar. La noche  había caído. Dispuso los turnos de las guardias, cerraron las puertas, no se moverían sin luz, y se prepararon para descansar, solo se habían llevado alimento para pasar el día, así que aquella noche no habría cena.
Ricky dispuso su guardia con Carla, quería hablar con ella, le había dicho que no le sucedía nada, pero él la encontraba distinta, estaba seguro de que algo le ocurría.
La noche fue tranquila, la guardia de Ricky con Carla era la tercera, en la mayor oscuridad, tenían un fuego disuasorio encendido, y aquella era, junto con las estrellas y la luna, la única luz que tenían. Allí juntos y alerta pasaron las horas de guardia conversando. Carlo y él se habían criado casi como hermanos, mucho ratos juntos desde pequeños, habían sido muy buenos amigos. Durante el último curso ella se había distanciado un poco, prefería estar más con sus amigas que en casa de la abuela. Pero, en las últimas semanas  eran uña y carne. Ella era inteligente y sabía dirigirse al grupo, para hablarles de las cosas que había que hacer, era dulce en el trato, cercana a todos, siempre se le habían dado bien los niños pequeños, él en cambio era más rudo, más práctico, de poco rodeo, no tenía su tacto, pero sabía tomar decisiones rápido. Juntos formaban un gran equipo, sin pretenderlo se habían convertido en los líderes de la comunidad.
Ricky temía que Carla hubiera enfermado, pero ella le explicó que no tenía ninguna enfermedad, y le habló de lo que le estaba pasando. Ricky se tranquilizó por una parte y por otra le apenó que Carla tuviera que sufrir aquello. Y se alegró también por ser un chico, no parecía nada agradable lo que su prima le contó.
La noche terminó sin incidentes, el Sol  emergió del mar, como cada mañana, y cuando la luz baño todo  lo que se veía, los cazadores volvieron al poblado, debían comunicar lo acaecido y comenzar a replantearse las medidas de seguridad. Hasta la fecha ninguna había.
Cuando Ricky y Carla llegaron a casa, Saúl los recibió como siempre loco de alegría, el pequeño los adoraba a ambos y se lanzó sobre su hermano gritándole con su lengua de trapo.
-¡Agh, agh! ¡Eón tete, eón!- chapurreaba el pequeño
-Sí, ya lo veo Saúl, eres un león ¡Agh, agh! ¡Qué miedo!- Ricky le seguía el juego, a Saúl le gustaba representar a los animales de sus cuentos.
-¡Eón gande! Tete IKI, eón ¡gaaande!-
-Jaja, quieres ser un león grande, pero si solo eres un cachorrito-. Le dijo Carla, a su primito. Le gustaba mucho jugar con él.
- ¡Hola chicos! ¿Qué os ha pasado?- Era Cristian quien los preguntaba, acababa de llegar del huerto. ¡Ya iba a enviar en vuestra busca! ¿Habréis cobrado buena pieza?- siguió diciéndoles. Bromeaba, aunque no había pasado una noche tranquila sin ellos allí.
-¡Yayo! ¡Qué bueno que traigas melocotones, estoy hambriento!.- Ricky se alegró de ver a su abuelo, sobretodo porque traía comida.- Y, no, no hemos cobrado pieza alguna, nos la ha robado otro cazador, algún animal  fiero , no sé qué clase de bicho será, pero es peligroso, el cerdo estaba desgarrado como si fuera de papel, debemos tomar medidas de protección e intentar librarnos de la fiera, podría causar graves daños si encuentra a los niños pequeños- así iba Ricky relatando su aventura y sus impresiones a su abuelo, que le escuchaba con mucha atención, pues también creía que el chico llevaba razón, era una seria amenaza.
-¡Eón, tete, eón!- Gritaba Saúl, haciéndose notar en la conversación.
-Sí, Saúl es un león, anda déjame hablar con el yayo, ve a rugir por ahí- Ricky no quería enfadarse con Saúl, pero le estaban irritando las constantes interrupciones del pequeño.
-No te molestes con él, lleva todo el día con eso, creo que tenía muchas ganas de decírtelo, ayer ya estaba así, pero como no llegasteis no pudo decirlo-le reprendió su abuelo.
-Yayo, sé que tú lo prohibiste, pero creo que debemos coger las armas de fuego y abatir a la fiera, es lo que harían los equipos de salvamento, debemos protegernos- Dijo Ricky, llegando a la parte delicada de la conversación.
-¡NO! No usaremos armas de fuego, son demasiado peligrosas- Dijo tajante el Yayo.
-¿Y la fiera? ¿No lo es también?- Ricky estaba casi gritando, el Yayo no estaba siendo racional, según su criterio. Su abuelo era simplemente cabezón en aquel punto, pero él creía tener razón. Su abuelo no había visto la carne desgarrada a dentelladas del cerdo, no entendía la urgencia de tener que matarlo ¿y si fuese a por los niños? ¿Y si fuera a por Saúl? Estaban completamente indefensos.
-Eón, Tete, eón gande, gande- Saúl era como un disco rayado, no paraba de decir lo mismo.
-No usaremos armas de fuego, bajo ningún concepto. Cconvocaré una asamblea y pensaremos que hacer- Así terminó la conversación. Ricky no estaba de acuerdo, pero pensó que en asamblea podría defender sus argumentos y ganar con su idea, al fin y al cabo, el yayo no había propuesto otra mejor.

-¡Hola Carla! ¿Cómo fue la cacería?- Javi no había ido a cazar, no le gustaba mucho, se había quedado en el poblado, él se sentía más útil allí.
-Pues bastante mal-respondió ella, y le explicó lo que había ocurrido y la discusión por las armas entre su abuelo y su primo.
Carla no sabía decidir quien tendría razón y no se metió, pero le afectaba verles enfrentados. Javi quiso animarla  y la invitó a acompañarle al riachuelo, a nadar un poco, hacía bastante calor, y sabía que a ella le gustaba muchísimo nadar. Él quería quedase a solas con Carla, le gustaba su compañía y verla nadar le producía una agradable sensación. Pero ella le dijo que no, que no sería muy prudente alejarse del poblado con aquella fiera suelta. Prefería esperar a ver que se resolvía en la asamblea. Javi se disgustó por aquella negativa, aunque entendía que ella tenía razón, su idea era bastante peligrosa, dadas las circunstancias que acababa de saber, se sintió tonto por haberla planteado, tenía tantas ganas de estar con ella que ni siquiera lo pensó. Quedar como un estúpido era una de las cosas que más rabia daban a Javi. Aun así, disimuló su malestar.
-Quizás sea mejor ir al laboratorio y trabajar un poco con las hierbas, deberíamos preparar ungüentos o tinturas que  resolver heridas, y disponer vendajes limpios. Ojalá no los usemos, pero si hacen falta mejor tenerlos a punto. Voy a llamar a Sonia y algunas chicas más para trabajar en ello. Sonia no solía trabajar con Carla, pero aquel día estaba en el poblado, y a Carla le apetecía mucho charlar con su amiga. Necesitaba hablar con otras chicas.
-Claro Carla, qué gran idea, te ayudaré.-Javi tendría que conformarse con  compartir su compañía mientras trabajaban. Sería mejor que nada, se resignó.

Llamaban laboratorio a la nave que dispusieron para estudiar, realizar y guardar las medicinas. Era una parcela con un terreno adosado donde Yayo Cristian había puesto todas las plantas que había podido de las listas que Carla le había ido proporcionando. Tenía placa solar, que proporcionaba la energía suficiente como para mantener un pequeño refrigerador. También una cocina y un horno solar. Se iba equipando con plantas, con botellas, con recipientes, con telas, con todo lo que Carla iba pidiendo. También habían llevado algunas camillas del centro de salud. Y todas las sábanas del mismo. Se iba pareciendo a un centro médico. Y lo llamaban todos Laboratorio. Carla era la jefa del mismo, y allí trabajaban algunas chicas normalmente, junto a ella, y a veces iban otras personas, el trabajo era de libre elección. Por lo mismo Carla había sido cazadora el día anterior.

martes, 17 de noviembre de 2015

Tercera parte (nueva amenaza)

Tercera parte (nueva amenaza)
Ricky estaba escondido entre las cañas y el arroz, aquella mañana un grupo numeroso se había desplazado al Pedrusco, que se levantaba como una anomalía en la planicie de los arrozales. Cerca del pedrusco existían dos manantiales de agua dulce, fría y cristalina. Pero no habían ido a por el agua, habían salido de caza, por decirlo así. Lo hacían de vez en cuando, pues los animales que habían vivido en las granjas, al perder a sus cuidadores, se habían escapado, pero no se habían ido  lejos, y acudían tarde o temprano a beber al manantial.
El grupo de caza lo que hacía era esconderse y esperar, y luego cercaban al cerdo, por lo general, y lo cogían. Posteriormente  lo llevaban a una de las granjas  como las que cuidaba  David o Sonia. Lo animales, por lo general, habían convivido con personas y se dejaban coger con relativa facilidad.
Los “cazadores” tampoco disponían de verdaderas armas de caza, el Yayo Cristian no había puesto muchas normas, pero había puesto una muy importante, las armas de fuego estaban totalmente prohibidas. Era pecado solo con tocarlas. Así que los chicos tampoco tenían mucho con que cazar, disponían de su inteligencia, su número, su rapidez de reflejos, y quizás algún que otro palo. Y tampoco les iba tan mal, pues en verdad por allí  no había grandes peligros.
Carla también había salido con la partida de caza, le gustaba mucho ir al manantial, y necesitaba despejarse, un poco de aire fresco, tanto estudiar en los libros también la cansaba, por mucho que le gustara lo que aprendía. Hacía unos días que se sentía mal, no solo físicamente sino también en su ánimo, estaba como enfadada, como molesta con todo, pero no sabía por qué, se sentía como una extraña, y de repente le dolía mucho la tripa. Aquella mañana se sentía decaída y agotada, pero el día era largo y quedarse quieta, lamentándose no la iba a hacer sentir mejor, y por ello se fue a la cacería. Pero de repente ya no quería estar allí, y ahora ya no podía regresar, no hasta que cobrasen pieza. En realidad podía hacerlo, pero no se atrevía a ir sola, todavía se asustaba con mucha facilidad.
Sintió una humedad pegajosa entre las piernas y se fue rezagando del grupo, cuando vio la sangre supo que le estaba ocurriendo, el paso natural del tiempo. Su primer periodo había decidido presentarse allí, en medio de los campos, y de una cacería. Había leído del mismo, se lo habían explicado en la escuela, pero toda aquella teoría distaba muy  mucho de lo que ella sentía en aquel momento.
Menudo momento había elegido, pensó Carla. Aunque si hubiese tenido a una mujer cerca le hubiese dicho que  eso le iba a ser así casi por norma. Pero como no la tenía, pues fue el tiempo y la experiencia quien se lo enseñó.
Ricky había detectado la ausencia de su prima, aquello no era propio de ella, alejarse del grupo, algo le ocurría, seguro.
La partida de caza disponía de un centinela en el mirador de la ermita que había sobre el Pedrusco, la única elevación natural del marjal. Desde allí se dominaba todo el terreno de arrozal desde la ciudad hasta el mar, con un sencillo sistema de espejos el centinela avisaba a los cazadores de alguna anomalía en las hierbas altas, donde podría haber un animal.
Los cazadores se alborotaron al ver las señales del centinela, había presa cerca, Carla les oyó y salió de su autocompasión al encuentro del grupo, Y se topó con Ricky que ya venía en su busca.
-¿Dónde estabas? ¿Por qué te retrasas?-.Le preguntó Ricky algo preocupado.
-Por nada, ya estoy aquí ¿No? Venga, hay presa, tenemos trabajo- Ella le contestó cortante, algo borde también, no quería hablar con él en ese momento, el barullo del grupo la sacó del apuro momentáneo.
Ricky tampoco quiso hablar más del tema, no era normal que Carla le hablara así, él no le había hecho nada, solo se había preocupado de ella. Se sentía molesto con su prima, pero la prioridad era coger el bicho que se escondía entre la hierba.
David que había sido designado centinela aquel día mandaba señales para indicar al grupo hacia donde debía dirigirse, los cazadores se abrieron en abanico, como siempre hacían. Para acercarse al animal por todos sus flancos, acorralando a su presa. Pero había algo que no cuadraba aquel día, el sonido, el sonido incómodo y penetrante, el zumbido incesante molesto y asqueroso de un enjambre de moscas enloquecido, y con el sonido el olor, un olor conocido por todos, un hedor nauseabundo, ¡MUERTE!
Los chavales se asustaron, algunos estaba a punto de echar a correr, pero Ricky intervino justo a tiempo de que el pánico los dominara. Todos conocían el olor a muerte, todos habían sufrido mucho, aquel hedor traía fantasmas a sus mentes infantiles aún, pero golpeadas ya con contundencia por la vida, en su versión más cruel.
Ricky tomó la iniciativa, les pidió que aguardasen en su posición y él  iría a ver que había allí.
Al adelantarse decidido, los demás niños y niñas del grupo se armaron de valor y se pusieron en alerta. No convenía relajarse, pero menos convenía ser presa del pánico, así había hablado Ricky.
Ricky avanzó, intentando apartar recuerdos dolorosos de su cabeza, con el temor a encontrar un cuerpo querido. Pero al apartar las hierbas que lo separaban del causante del hedor y la concentración  de moscas, se relajó, era uno de los cerdos que andaban por allí perdido. Una presa de las que ellos acechaban.
Aunque tras el suspiro de alivio al no encontrarse con una persona, su mente rápida y pragmática volvió al estado de alerta. Aquel animal no estaba simplemente muerto, había sido cazado, despedazado y parcialmente devorado. Pero, ¿qué podía haber causado aquel destrozo? Debía ser grande, con garras fuertes y dientes capaces de desgarrar como cuchillos.
Ricky lo entendió rápido, ya no eran los únicos cazadores de la planicie. Y lo más grave, ahora podían ser también presa. Tenían una fiera cerca, quizás más.
Llamó a sus compañeros, les dijo rápidamente que fueran a mirar, que no era una persona muerta.
Los cazadores se acercaron y observaron su presa destrozada por otro animal, otro cazador, mucho más violento, mucho más agresivo y mucho más peligroso.
Ricky no se había sentido antes amenazado por nada, aparte de la enfermedad, él era el pescador, él era el cazador. De forma natural en la planicie no existía nada que pudiese dañarles. Aquella debía ser alguna bestia escapada del zoológico  que había en la Capital. Estaba lejos de su zona, pero algunas fieras controlan extensiones de territorio más amplias de lo que había de su ciudad a la capital.
Era un grave problema, igual que había atacado al cerdo podría atacarles a ellos. Los desgarros de la carne del gorrino indicaban que sus dientes eran poderosas armas de matar. ¿Qué bestia sería? ¿Qué había en el zoo? Pensaba el incansable cerebro de Ricky. Tendría que reunir más información para enfrentarlo con éxito.


martes, 10 de noviembre de 2015

La nueva sociedad, 2ª parte continuación

(La nueva sociedad, 2ª parte continuación)
Javi y Carla habían sido buenos estudiantes, y a ellos se les encomendó la tarea de buscar en la ciudad información en libros y bibliotecas, con la ausencia de internet la tarea no era nada sencilla. Ellos se convirtieron en buscadores de información vital. Eran buenos entre libros y más bien regulares en trabajo de campo. Además formaban un buen equipo. Y aunque antes solo se conocían por Sonia, pronto empezaron a hacerse muy buenos amigos.
A la familia del Yayo Cristian se habían unido dos nuevos miembros. Sonia y Javi, Sonia era la mejor amiga que Carla había tenido en la escuela, muchas veces Sonia y ella se habían sentado juntas en clase. En ocasiones, Carla tenía que explicarle las lecciones con paciencia, a Sonia le costaba asimilar los conceptos. Pero a veces, Sonia invitaba a Carla a su casita de campo. Su padre criaba dos yeguas preciosas porque le gustaban mucho los caballos. Allí era Sonia quien explicaba las cosas a Carla. Sonia solía montarlas con frecuencia, era una gran amazona. En todas las cabalgatas de la ciudad desfilaban los imponentes animales de Sonia, en ocasiones  tirando de una calesa muy bonita, en la que también estuvo invitada  Carla a montar. Las yeguas y Sonia parecían tener una conexión que iba más allá de lo enseñable y lo aprendible, era algo innato, un don.
Sonia no estaba sola cuando la encontraron, sino con su hermano mayor, Javi, que tenía quince años, era de los pocos chicos de esta edad que habían sobrevivido al virus, Como  Ricky había estado enfermo, y Sonia lo había cuidado hasta conseguir que se recuperara.
Javi era un muchacho alto y fuerte, ayudaba a su padre en los quehaceres de la cuadra, pero al contrario que Sonia, a él no le gustaba demasiado aquello. Él era más de libros, de películas y de civilización, mucho más urbano. Había sido un excelente estudiante, probablemente hubiese hecho una gran carrera de haber podido seguir. Tanto Sonia como Javi fueron acogidos en la casa de Cristian. A Carla le hizo mucha ilusión poder vivir con su mejor amiga. Las yeguas de Sonia fueron llevadas también a la propiedad en la que se habían establecido. Así dispusieron de un transporte más rápido que ir andando, y cuyo combustible crecía libremente por todas partes.
Cristian enseñó a Sonia y a David donde se habían encontrado las explotaciones ganaderas de la zona. Ellos se encargarían del tema animales, otros niños  a los que también les gustaban mucho se quedaron a su disposición para ayudar a poner, de algún modo. Las granjas en funcionamiento,
Se instauró la asamblea diaria, todos los días, al atardecer se hacía una asamblea. Al principio tan solo hablaba Cristian, disponía los  quehaceres del día siguiente y quien se encargaba de los trabajos. Pero a medida que los muchachos hacían cosas empezaron también a hablar. A pedir más manos para su labor, a exponer alguna idea que podría ser de utilidad. Pero a la par que la comunidad iba tomando un rumbo y una forma, la asamblea se fue convirtiendo  en una reunión lúdica también. Si no había demasiados conflictos que resolver Cristian contaba alguna historia de su niñez. A los pequeños les gustaba mucho oírle, y saber que él también fue niño los acercaba aún más.
Al finalizar la asamblea y en pos de evitar futuros conflictos Cristian siempre despedía el acto diciendo las mismas palabras:
“Cada miembro de esta comunidad es útil en su labor, tenéis que hacer aquello que os guste más y hagáis mejor, y siempre para ayudar a los demás”
Aquella frase que había inventado ayudaba a aquellos niños frágiles, que tanto habían sufrid, a que se sintieran orgullosos de sí mismos y se fuesen contentos a dormir. Aunque Cristian a veces les oía gritar y sollozar en su sueño, a causa de las pesadillas que muchos aun sufrían.




-¡Yayo! ¡Despierta! ¡Yayo!-Carla lo llamaba y la desesperación vibraba en su voz.- Dime cariño, ¿qué es lo que te sucede? Todavía es de noche- el Yayo se despertó y adivinó rápidamente que la situación era grave.
-¡Es Saúl, Yayo! Está ardiendo, no sé que hacer, pero el pequeño está muy mal.-Dijo Carla, a punto de romper a llorar.
Carla se había dado cuenta primero de la situación porque dormía con su pequeño primo pegado a su cuerpo siempre. El pequeño se tranquilizaba con su contacto, pero ella también se tranquilizaba con el pequeño cerca.
- ¡Saúl! ¿Está enfermo?- El Yayo estaba preocupado. Saúl haciendo sus cabriolas habituales se había caído dentro de la acequia en la que pescaban el día anterior. Ricky lo había rescatado sacándolo del agua  rápidamente. Ellos le quitaron la ropa mojada, y le dejaron secarse desnudo al sol. No hacía frio, pero tampoco calor, quizás la traicionera brisa del mar lo enfrió. Probablemente aquel chapuzón imprevisto no les sentó nada bien al chiquitín.
 Cristian no sabía nada de medicinas, y menos de las pediátricas, tampoco creía que podría encontrar mucha medicina en las farmacias saqueadas de la ciudad. Había estado en las mismas, pues él mismo tenía que tomarse alguna que otra pastilla, y sus reservas se agotarían pronto. Pensó que quizás encontraría más cosas útiles en los botiquines de las casas, incluso en las de sus propios hijos. Que las saquearon  para proveer a sus nietos. Pero ¿cuáles serían las buenas? Una cosa sí sabía él de  medicinas, que eran muy peligrosas.
 -¡Yayo! ¿Qué hacemos?-Carla le sacó de sus pensamientos. Estaba muy asustada.-¡Despierta a Ricky! Quizás él nos pueda aportar más ayuda- le dijo Cristian.
 Despertaron a Ricky, él sabía de medicamentos, poco más o menos lo mismo que ellos, cuando estaban enfermos su madre le daban un jarabe y él lo tomaba sin más.  Decidieron despertar a Javi también, era el más mayor y era inteligente, quizás les pudiese ayudar.
Javi se levantó de un brinco y fue a ver al pequeño Saúl, efectivamente, estaba ardiendo de fiebre, Tenía los ojos vidriosos y las mejillas encendidas en rojo. Javi lo desnudó inmediatamente, acto seguido pidió agua y paños para refrescar al pequeño, Saúl estaba muy quieto, quejumbroso. Él que siempre era un torbellino, que se reía con las carcajadas más contagiosas del mundo. Se veía a la legua que el pequeño lo estaba pasando mal.
 Javi le presionó el oído y el pequeño Saúl  rompió a llorar desesperadamente, le había hecho daño, Ricky se sintió molesto y enfadado, Cristian tuvo  que cogerle del brazo justo a tiempo para evitar que le diese un puñetazo a Javi.
-Ricky, no quiero causarle daño, quiero ayudar, pero él no sabe decirme lo que le duele, y lo tengo que averiguar así- Javi hablaba en tono conciliador, se había visto pasar muy de cerca el sopapo de Ricky.
 Javi continuó con su reconocimiento del chiquillo, le abrió la boquita, y vio que tenía la garganta llena de placas blancas. Con aquello Javi concluyó que el niño probablemente tenía una amigdalitis y otitis. Y que lo que necesitaba eran antibióticos. Pero él no sabía cuáles. Todo lo que había hecho era repetir el proceso que con él hacia su médico, y las palabras que decía, pues había sido muy propenso a sufrir estas afecciones cuando era más pequeño.
 Él solo sabía que tenían que mantener a raya la fiebre y para eso si conocía el medicamento, paracetamol o ibuprofeno. Pero habría que esperar a que el amanecer pusiera luz en el mundo para salir a buscarlo, aquella noche no había siquiera Luna en el cielo que los alumbrara. Intentaron hacer beber agua a Saúl, sabían bien, todos los que estaban allí, que una fiebre necesita mucha hidratación, pues así habían salvado a Ricky y  a Javi, evitando que la temperatura subiera en exceso.
 Al despuntar el alba, Los dos chicos marcharon a la ciudad en busca de las medicinas que podrían ayudar a Saúl. Saquearon en farmacias, cogieron todo lo que les pareció que podría ayudar, también visitaron el hospital. Y sus propias casas. Aquello fue muy desagradable, volver a la ciudad era siempre desagradable, pero ir al hospital lo era en extremo.
Los recuerdos disparaban el dolor de sus pérdidas, sus mentes eran incapaces de evitar recordar sus vivencias allí. Recogieron rápido lo que buscaban y salieron lo más pronto que pudieron de allí.
 Carla leyó los prospectos de los medicamentos, con atención, los muchachos habían recogido todo aquello que rezase como pediátrico. También vendajes y jeringuillas. Recordaban que sus madres les habían dado las medicinas en jeringuillas y les pareció también importante.
Carla decidió darle al pequeño ibuprofeno y amoxicilina; esperando acertar la medicina y que Saúl mejorara, pero se sentía muy mal y muy asustada, todas las medicinas tenían posibles efectos adversos terribles. Si se equivocaba y algo malo le sucedía al niño, ella no podría perdonárselo.
 Dedicó tres días con sus noches al pequeño Saúl, la fiebre se iba a ratos, pero reaparecía a las pocas horas. Ella no se separaba del pequeño, lo tocaba constantemente y preparaba sus medicinas en las jeringuillas. Saúl, en sus ratos buenos jugaba con ella, para él era como su mamá, una nueva mamá, que lo cuidaba y jugaba con él.
Saúl lloraba mucho cuando lo encontraron el Yayo y ella misma, pasó muchos días llamando a su mamá, pero ahora ya hacía semanas que no la mencionaba. Cuando se notaba mal llamaba a Carla, él le decía Teta, igual que a Ricky le llamaba Tete.
 A cuarto día la fiebre se marchó, y Saúl parecía completamente curado, todos se alegraron mucho por ello, felicitando a Carla por haber manejado la situación tan bien. Pero ella no estaba del todo contenta, y fue Yayo Cristian quien se dio cuenta de que algo le ocurría a su querida nieta.
 -Carla, ¿Qué te ocurre cariño? ¿Qué te preocupa ahora? ¿Es que el niño no está bien? Lo has hecho muy bien, se ha recuperado gracias a ti-Cristian le hablaba así a Carla, intentando animarla.
-Yayo, las medicinas son peligrosas, y también durarán muy poco. Siempre habrá algo que curar. Creo que hasta el momento hemos tenido mucha suerte de no tener más que algún corte o arañazo, pero, ¿Cómo curaremos cosas más serias? Las medicinas no durarán siempre.- Así le expuso Carla su preocupación.-Nada de esto durará siempre, pero por ahora es lo que tenemos, somos pocos, y hay suficiente de casi todo- dijo el abuelo.
-No me has convencido para nada, Yayo- contestó Carla a aquellas palabras, con el ceño fruncido. Aquello no era ninguna solución y el abuelo lo sabía, pero ¿qué podía hacer?-Yayo, hace poco leí un libro, uno que me prestó mamá, era de gente de la prehistoria, no tenían tampoco mucho, y en él la protagonista curaba a sus compañeros de tribu con plantas medicinales. ¿Tú crees que podríamos cultivar esas plantas y usarlas? Claro que habría que aprender cómo usarlas y como prepararlas para que fuesen medicinas y no solo plantas- Carla iba exponiendo así su línea de pensamiento en voz alta.
-Esa es una gran idea Carla, yo no conozco esas plantas, pero si tú te encargas de estudiarlas  y de preparar los remedios. Si tú averiguas cuales son y me lo muestras, yo podría cultivarlas para ti. Te puedo hacer un huerto medicinal, - Yayo Cristian le prometió su ayuda, se sentía más animado pues había algo que él podía hacer para ayudar a su nieta en aquello que claramente la estaba atormentando.

-¡Sí Yayo! Aprenderé a curar con plantas, leeré los libros de la biblioteca, los de mi madre y si es necesario los del hospital, no quiero sentirme tan frágil la próxima vez. Carla cambió su ceño fruncido por un reluciente brillo en los ojos, su vida había tomado ya un rumbo. Su abuelo sabía que sería una gran médica, lo había hecho muy bien y lo haría mucho mejor. Y tenía razón, habría enfermos y accidentes que requerirían conocimientos y medicinas.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Segunda parte. La nueva sociedad

2ª Parte. Nueva sociedad.
Habían pasado unas semanas desde que Cristian había reencontrado a sus nietos, por suerte, todos ellos vivos. No así a sus hijos, ni a su querida mujer.
Lo primero que hicieron fue salir del núcleo urbano y refugiarse en los campos. La ciudad era un foco de infección, el campo estaba cerca, tenía muchos refugios y proporcionaba alimento.
Sacaron de la ciudad a todos los niños que encontraron. La ciudad no era muy grande, se encontraban cerca de la costa. Se acercaba el verano, y Cristian sabía que era el momento de resolver posibles problemas futuros. Aquel era un lugar privilegiado, pues ni hacía mucho frío, ni mucho calor; aun así, había que prepararse. Cristian se temía que el próximo invierno no  sería tan cálido como el anterior, pues ni había tanta gente, ni tantos coches, ni tantas calefacciones, ni nada de todo aquello que mantenía a las urbes a unos pocos grados por encima de la temperatura de fuera de la ciudad. Y recordaba, de cuando era un niño, como los hombres  tenían que romper las placas de hielo, para pasar sin resbalar con sus carros y sus animales.
Sabía que sin cuidados las calles, carreteras y caminos se deteriorarían rápidamente. Y que la maleza era una gran conquistadora de territorios, rápida y voraz.
Para resolver los problemas y prepararse para los venideros. Cristian disponía de una enorme tropa de niños y niñas, una decena o así de adolescentes, y él mismo.
Lo primero que hicieron fue buscar a todas las personas vivas en la ciudad. También buscaron hogares fuera de ella, en los campos de alrededor, por suerte, era una ciudad de tradición agrícola, con muchas casitas, naves y refugios, había por doquier, muchas de aquellas construcciones habían sido "ilegales”, se construyeron  sin permisos, y no tenían ni agua de la red, ni electricidad de la red. Pero ello fue una ventaja, pues la red, sin gente, había quedado inútil. Pero los pozos y las placas solares hacían confortables aquellas edificaciones, otrora de uso agrícola o meramente recreativo.
Estos refugios estaban dispersos, entre hectáreas de huertos y arrozales, y muchos eran pequeños, aunque algunos eran grandes, se usaban para secar el arroz al sol, y tenían una gran capacidad.
Cristian y Ricky conocían muy bien el territorio, Cristian se había criado entre campos de arroz y naranjales, Ricky había recorrido todo el término junto a su abuelo, buscando buenos sitios de pesca, y frutas para calmar la sed en el calor intenso del verano.
Había un pequeño huerto al que Cristian le había dedicado muchas de sus horas, había sido un pequeño vergel de frutales y verduras de todo tipo, que cultivaba por puro placer en sus horas libres. Ricky le había ayudado dentro de sus posibilidades, pues era un niño tan solo, y aunque tras los dos años de abandono ya no estaba igual pronto lo arreglaron, y allí se trasladaron a vivir, una vez que Ricky salió de las garras del virus. En el huertecito solo había un cobijo por si llovía, pero en el terreno del que fuera su vecino, había una casita muy bonita, perfectamente habitable y que ellos habitaron. La familia consistía en Ricky, Carla, el pequeño Saúl, Yayo Cristian, y el adoptado David.
Allí, en su refugio decidieron cómo sacarían a los niños y niñas de la urbe, y donde los pondrían a vivir, buscándoles, igual que a  ellos, casitas de campo donde estuvieran protegidos y relativamente cómodos.
Sacaron más de un millar de personas de la ciudad, chicos y chicas que a pesar de su corta edad, menos los bebés claro, todos estaban dispuestos a hacer lo que se les pidiera, Cristian se había convertido en el abuelo de  todos ellos. Era el único adulto, y confiaban ciegamente en él para sobrevivir, al fin y al cabo él y sus nietos habían ido a buscarles para ayudarlos.
Así que no fue complicado convencerlos de que había que abandonar la que hasta ese momento fuera su casa. Que había trabajo duro por delante y que todos debían de colaborar para sobrevivir. Algunos habían pasado mucho miedo y mucha hambre. La familia de Cristian lo sabía, por ello llevaba alimentos cada vez que entraba en la ciudad en busca de chavales, para que  confiaran en ellos.
Lo primero que Cristian explicó a su tropa de chiquillos fue a que el alimento ya no iba a florecer en su nevera, que alimentos habría siempre, pero que había que ir a por ellos, ya no los podrían sacar ni de un tetrabrik, ni de un envoltorio de plástico  ni de una caja de cartón. La comida estaba viva por ahí y había que recogerla, prepararla y trabajarla. A muchos niños les costaba concebir que la comida no estuviera procesada, nunca se habían preocupado de la procedencia de la misma, simplemente estaba en las baldas del supermercado, así sin más. Era una cuestión de la comunidad entera proporcionarse comida.
Se hizo una lista de tareas que eran necesarias para la supervivencia y equipos para desarrollarlas con eficacia.
La mayoría de los niños no sabía nada de campos, ni pescar ni cazar, nada de nada que no saliese por una pantalla. A pesar de ser un sitio bastante ligado a la agricultura, ellos habían sido como arrancados por sus padres de aquella cultura. La tecnología había invadido también las plantaciones y eran al final pocos los hombres y mujeres que se necesitaban para aquellas tareas, y socialmente también hubo como un rechazo a este tipo de labor, como si fuera cosa de paletos ignorantes. Con lo que a pesar de estar a unos metros de la comida, se hubieran muerto de hambre de no haber sido rescatados. Y el hambre abre el ingenio y la mente como ningún plan educativo habría conseguido jamás.
Pero algunos como Ricky y David, habían tenido la suerte de tener algún abuelo o tío, o papá que les mostrase el mundo y cómo funcionaba de verdad. Otros muchos como Carla, a pesar de haber tenido un abuelo así, habían tenido unos padres superprotectores, a los que todo les aterrorizaba y no los habían dejado ni respirar por sí mismos.
David, sin embargo; conocía bien las granjas y cómo funcionaban, algunos también sabían pescar, unos pocos conocían algo de la caza de patos, pues era afición en el terreno,  había también algún que otro que sabía de caballos, pues este era un animal apreciado en la ciudad, no en vano había sido motor de su economía durante años, antes de que los tractores y la maquinaria agrícola los desplazaran. Ahora solo eran un entretenimiento, pero, por suerte para los supervivientes, aun había caballos.
Estos chicos y chicas, más campestres, fueron destacados como líderes de sus grupos. En cada refugio se instaló a una familia, aunque no hubiese lazos de sangre, y si los había, se respetaban. Con pequeños y grandes mezclados. La principal responsabilidad de una familia era siempre cuidar de los más pequeños.
Si la comida era fundamental, el agua era indispensable, Cristian conocía bien los acuíferos de la zona, las fuentes y los manantiales. Había muchos, aquella era zona de humedales. Recogerla y llevarla hasta los refugios era una tarea fundamental, y se dispuso de un sistema de recogida, que consistía en destinar a un par de habitantes de la casa a recogerla y mantener el habitáculo abastecido siempre.
En su viajar continuo de los últimos años Cristian había parado en una granja autosuficiente y ecológica, él había visto unas cocinas muy peculiares, que funcionaban con luz solar. Había cocinas y hornos. Las cocinas eran una especie de semicircunferencia de metal, en la que se enganchaban unas varillas a modo de parrilla, como una suerte de antena parabólica, que se colocaba en dirección al sol, reflejaba y aumentaba el calor recibido y podía cocinar lo que en la parrilla se le colocase, los hornos eran aún más simples, se trataba de una caja rectangular, forrada en su interior de material reflectante, que concentraba el calor, y que podía estar enterrada o semienterrada. El sistema no era rápido, pero era eficaz, y no necesitaba combustión ni tampoco ninguna clase de  combustible, electricidad o demás tipos de energía, solo una que no les iba a faltar, el Sol.
Uno de los cometidos de sus grupos de trabajo fue fabricar aquellas cocinas.





viernes, 6 de noviembre de 2015

Pandemia. Fin de la primera parte.

Pandemia. Fin de la primera parte.

Cristian paró a descansar en la coqueta granja que le había hospedado  meses atrás, aunque ahora ya no parecía tan coqueta
Era una pequeña granja familiar, sus dueños eran una bonita familia a la cual le gustaba mucho tener animales, y que apenas sobrevivían económicamente hablando de aquella explotación, pero estaban felices de vivir así, tenían un niño de unos doce años, la edad aproximada de los nietos de Cristian. Que se había criado en la granja, conocía bien sus tareas y le gustaba estar con los animales. Cristian pensó que el niño quizás si estuviese vivo, por lo que había observado, los niños no enfermaban del virus.
Cuando llegó a la propiedad, esta parecía dejada de la mano de Dios, Cristian supo que la pandemia también había llegado a aquella casa. La familia que lo había acogido no la tendría en aquel estado de estar las cosas bien. Amaban aquel trocito de mundo que ellos  creían era suyo.
Cristian entró en las pocilgas y vio que los animales estaban sueltos, aunque no se habían ido. Los dueños debieron soltarlos para que no murieran de hambre allí encerrados. Pero Cristian vio agua limpia en los abrevaderos, alguien se había encargado de rellenarlos, y quizás por eso seguía habiendo animales por allí. Seguramente sería el pequeño de la casa. Cristian se puso a buscarle.
Al poco le encontró cerca del pozo, la propiedad estaba alejada de la urbe, y un pozo excavado en la misma les proporcionaba agua. El agua era potable, y ellos la usaban para todo excepto para beber, que compraban agua embotellada, como prácticamente todo el mundo.
-Hola David. ¿Cómo te va?- dijo Cristian al ver al chico.
David primero se asustó un poco, pero al punto reconoció a Cristian, había vivido unas semanas en su casa, le había ayudado a su padre a cosechar el pequeño maizal y los tomates. Recordó que Cristian sabía mucho de cultivos.
-¡Cristian!- El chaval saltó de alegría al ver al hombre amable que conocía. Corrió y se le echó al cuello. Cristian el devolvió el abrazo y el muchacho se deshizo en sollozos. Contándole como su madre le dejó primero, como su padre enfermó después, y él se quedó solo, llevaba solo casi un mes. Él había soltado al ganado, porque no les podía cuidar a todos.
David y Cristian descansaron y comieron en la casa, David no había pasado hambre, su despensa rebosaba de cosas, su madre había hecho conservas de los tomates y pimientos del huertecito, Y embutidos de la matanza. Mermeladas de los higos de la higuera, y otras cosas, que muchos decían antiguas. Ellos habían sido considerados una familia extraña para los tiempos que corrían, los habían tachado de raros, de antiguos, y muchas otras cosas más desagradables. Pero lo cierto era que David estaba perfectamente abastecido y se sabía cuidar solo. Pero no quería estarlo, no quería estar solo. Cuando Cristian le pidió algo de comida para su viaje, David se sintió mal, porque había creído que se iba a quedar con él en su granja.




-¡Saúl! ¡Pequeño! Vamos a ver cómo está el Tete, hay que darle agua o zumo, para que se ponga bien, ¡Ven Saúl! ¡Ven!-
Carla llamaba alegre a su primo pequeño para llevarlo a ver a su primo mayor, Estaba enfermo, pero parecía luchar por salir de aquello. Tan solo tenía 13 años, uno más que ella, la enfermedad no tendría que haberle atacado, pero no fue así, los chicos y chicas que enfermaban a veces se curaban y a veces no. Tan solo podían intentar contener la fiebre altísima que daba y mantener hidratado al paciente. Ricky no hubiera tenido opción de no ser por la llegada del yayo Cristian.
-¡Saúl! ¡Saúl! ¿Eres tú pequeño? ¡Estás bien!- Ricky gritaba de alegría al escuchar la voz de su prima y al pequeño. Se había temido lo peor, pero el bebé estaba bien, y ¡Carla! También estaba bien.
Ricky había ido antes a de enfermar varias veces a su casa pero nadie le abría la puerta y había llegado a temerse lo peor.
-¡Carla! Estás viva, fui a por ti, pero no te encontré-
-Estaba escondida en el armario, muerta de miedo, no abría a nadie, ni escuchaba nada. Solo sentía pavor y me escondía.-le explicó su prima.
-Y ¿por qué estás aquí ahora? ¿Y tan bien? Me alegro mucho de que lo estés y de que cuidaras de Saúl y de mí. Gracias Carla, muchísimas gracias- Ricky le dio un fuerte abrazo a su prima, sentía que le debía su vida y la de su hermano. Tenía ganas de llorar, se había sentido tan mal al no encontrar a Saúl. Como si no le quedase nadie en este mundo y hubiese fallado en su último encargo a su padre.
Carla empezó a explicarle a Ricky que no era su mérito, que nunca hubiese salido de su piso a no ser por…Pero en aquel momento el Yayo Cristian llegaba, cargado de verduras y frutas frescas.
-¡Hola Ricky! ¡Me alegro mucho de verte de pie!- le dijo Cristian a su nieto mayor.
-¡Yayo, Yayo! ¡Estás vivo!- Ricky salió corriendo a abrazar a su abuelo. No lo había visto desde el nacimiento de Saúl, pero se alegraba tanto. Lo quería mucho. Habían estado muy unidos, y sintió mucho que se marchara, pero ahora estaba allí, ¡vivo!, y traía comida, como había sido su costumbre de siempre. Y sabría cómo salir de aquella situación airoso. Si alguien tenía idea de cómo sobrevivir con muy poco, era persona esa su abuelo. Su abuelo le había enseñado cómo funcionaba el campo. Pues le gustaba cultivar cosas en un pequeño huerto que había sido su gran afición desde siempre. También le enseñó a pescar, él lo consideraba un gran pescador, el mejor. Con su yayo había aprendido el nombre y forma de los peces y también de muchas plantas y las que no eran buenas o incluso algunas venenosas.
Al despertarse no sabía cómo acabaría el día y se temía que muy triste, pero no podía ir mejor, de momento tenía a Saúl, a Carla y al Yayo. Su alegría era muy grande, pero nunca le duraba mucho y enseguida su cerebro práctico empezó a funcionar.
-Yayo, hay muchos, muchísimos niños solos, yo les he estado ayudando, cuando estaba bien, pero no puedo solo. Son demasiados. Tampoco puedo no ayudar a nadie, necesitan mucho la ayuda. Yayo, ¿qué vamos a hacer?
Cristian los había visto, y los había auxiliado en sus más básicas necesidades, y había pensado mucho en esto. En su largo viaje desde la otra punta del país. Cambiando de coche al agotarse el depósito, los había visto. Por todos lados había niños y niñas solos, tenían hambre y frio. Y no sabían cómo actuar. Él los había auxiliado, pero sabía que era muy poco. Pero, egoístamente pensaba en sus nietos, y no se detuvo apenas en ningún sitio.
La práctica ausencia de adultos había colapsado todo, sin gente para trabajar y hacer funcionar las ciudades, la energía no llegaba, y sin electricidad todo el mundo globalizado se había quedado aislado, sin información, sin conexiones. Él había recorrido casi mil kilómetros para volver a su casa, y en todas partes era igual. ¿A cuántos alcanzaría aquel mal? No había forma de saberlo, móviles, tabletas y ordenadores, que nunca había aprendido a usar, quedaron inútiles y sin sentido de ser.

Aunque Cristian no había dejado a todos los niños a su  suerte, había rescatado a uno, que se había llevado consigo a David, no pudo abandonarlo con su soledad, y David podía ser mucho más útil que carga.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Pandemia, Primera parte. Contiuación II

Pandemia, Primera parte. Contiuación II

El barco de pesca había zarpado hacía una semana. Cristian se había enrolado a cambio de la comida y poco más. Estaba jubilado, pero no podía estar encerrado entre cuatro paredes, hacía unos años que había abandonado su casa, pues su esposa, aunque la quería muchísimo, lo ahogaba, lo quería proteger tanto de todo, que no se daba cuenta de que lo estaba matando lentamente. Y  un día se marchó, así, sin más.
Vivía en barcos de pesca y en campos o granjas que iba buscando en su caminar continuo. Ofrecía sus servicios a cambio de cobijo y era más feliz de lo que nunca había creído.
Cuando zarpó en el barco y a pesar de no estar muy conectado con un mundo que no levantaba la vista de las pantallas, no había podido evitar enterarse de que existía una extraña pandemia que estaba haciendo mucho daño, pues mataba rápidamente y parecía muy contagioso.
Sus pensamientos volaron hacia sus seres queridos, su mujer, sus hijos y sus nietos. Aunque se había marchado, no por ello olvidaba que tenía una bella familia a quien quería. Pensó que los grandes médicos con toda aquella tecnología pronto lo resolverían. Que sería una nueva gripe A con mucho bombo y poca chicha. Aun así, mando mensaje a su casa para saber cómo estaban todos allí, y, sin obtener respuesta, enroló.
La tripulación del barco estaba constituida por el patrón y tres pescadores, uno de ellos era el hijo del patrón de apenas 18 años, y el mismo.
Todo parecía ir bien en el barco, él pescaba a caña. Había sido su pasión desde niño, se divertía con ello, respiraba el aroma del mar y ayudaba a la tripulación.
El chaval del patrón le recordaba mucho a su nieto mayor, estaba allí porque su padre creía que haciéndolo trabajar duro renunciaría a abandonar los estudios. Pero Cristian estaba convencido de que no sería así. Aquel muchacho sería pescador como su padre, no era carne de biblioteca. Se movía muy bien por el barco y pillaba todas las tareas a la primera. Seguro se dormía agotado cada noche, del duro esfuerzo, pero satisfecho, orgulloso de sí mismo, Era feliz allí, como lo era Cristian. Igual que su nieto, era un chico inteligente, pero tozudo, necesitaba comprender el mundo por sí mismo y no aceptaría que se lo contaran para creerlo, tendría que vivirlo.
Cuando llevaban una semana y media en el mar, el patrón de la nave parecía enfermo, estaban a mitad de la salida, programada para unas tres semanas, pero al ver mal al patrón decidieron llamar a tierra para localizar al médico y que les dijera si era grave para volver o podían hacer algo desde allí ellos. La sorpresa fue que nadie respondía a las llamadas desde el barco. Era insólito, e irresponsable, como se podía abandonar un puesto así, algo grave sucedía.
Decidieron regresar y llevar al patrón al hospital, su estado empeoraba por momentos. Se dieron mucha prisa, las condiciones del mar eran estupendas para navegar, aun así, el patrón no lo consiguió, llegó a tierra cadáver ya, y los dos trabajadores del barco llegaron también en muy mal estado, habían enfermado también, los tres hombres estarían entre los cuarenta y los cincuenta, eran hombres fuertes y llenos de vida cuando la travesía comenzó, pero aquel mal era rápido y devastador. Tan solo Cristian y el chico llegaron sanos a puerto. Perfectamente bien. Lander, que así se llamaba el hijo del patrón estaba destrozado por el fallecimiento de su padre.
Al desembarcar en el puerto, parecía como si en vez de una semana y poco hubiesen pasado años, estaba todo abandonado, nadie se ocupaba de nada. Los barcos amarrados o alguno sin amarrar, parecían completamente abandonados. ¿Qué había pasado allí? ¿Cómo? ¿Tan rápido?
Cristian fue con Lander hasta su casa, pero estaba vacía. Las calles olían a muerte, era espantoso. Buscó una radio, o un aparatejo de los que todos usaban últimamente, para saber algo, pero al momento vio que era inútil. No había electricidad.
Pensó que tenía que irse de allí, tenía que volver a casa, esto debía ser la enfermedad de la que había oído hablar.  Sí que era terrible e iba muy deprisa.
Cristian no lo pensó más, cogió uno de los muchos coches que estaban abandonados y puso rumbo a su hogar. Lander no quiso ir con él, quería despedir a sus padres y luchar allí en su tierra. Así que Cristian, otra vez solo, se marchó. Su casa no estaba cerca de dónde él se encontraba y aquel coche no tendría el combustible necesario para llegar, pero ya repostaría.
La autopista estaba vacía, nadie circulaba por ella. La radio estaba muda, nadie hablaba tampoco, ni había música, nada. Vio una estación de servicio y decidió llenar el depósito, pero no había nadie para atenderle. Entró en la tienda y vio que solo había vacíos los estantes de la comida. La caja tenía dinero, a pesar del abandono total. No había electricidad, pero eso ya lo esperaba. Intentó repostar combustible él solo, pero los tanques estaban vacíos, era lógico, si no se rellenaban se habrían acabado, seguramente estarían todos así, proseguiría con aquel coche hasta que se le terminase el combustible y ya cogería otro…
Cerca de donde se encontraba había una granja de una familia muy amable, él había pasado unos días allí en su viaje de ida. Quizás fuese inteligente dirigirse allí, viendo como habían dejado las estanterías de alimentos de la gasolinera, sería bueno tener algo que comer, y ver como estaba aquella gente.  Si no se proveía él mismo de alimento no tendría que comer, comprarlo ya no podía. Y la comida parecía ser la prioridad en los saqueos.
No pararía más que lo necesario, una urgencia por llegar a casa lo azuzaba desde dentro, estaba seguro de que era muy importante llegar cuanto antes.



miércoles, 4 de noviembre de 2015

Pandemia. Continuación primera parte

Pandemia primera parte. (continuación)

-¡Carla! ¡Ayúdame, ven! Tenemos que recoger todas las fresas que estén rojas, o los pájaros darán buena cuenta de ellas. Yo recogeré algunas alcachofas que he visto por allí. Y al terminar nos vamos-
-¡Vale Yayo! ¡Ya voy!-
Carla tenía doce años, pero en las últimas dos semanas se había convertido en una gran recolectora y amante de la fruta y la verdura fresca, que tanto le costaba comerse antes. Se había quedado sola hacía un tiempo, muy sola. Sola y tan asustada, su vida había cambiado radicalmente y de forma brusca, aquella maldita enfermedad, cambió el mundo en pocas semanas, tan rápido y tan contundente que ella no estaba para nada preparada, a pesar de haber sido la más brillante estudiante en la escuela.
La escuela. ¡Ah, la escuela! que lejos quedaba ya, su clase, que absurdo parecía aquello de las clases ahora, tan inútil. De nada le había servido.
Se había quedado refugiada en su casa, aunque ya no era una casa como la entendían antes de la pandemia, tenía muchos aparatos, pero sin electricidad era todo tan inservible que no podía ni calentarse la comida, podría haber encendido fuego, pero le intimidaba tanto. Sus padres la habían protegido tanto que el miedo que sentía del fuego era visceral, tan profundo que la incapacitaba siquiera para pensarlo.
Los padres de Carla se vieron venir el desastre y almacenaron en casa toda la comida enlatada que habían podido. Pero no fueron los únicos, y las reservas eran limitadas.
Un día ellos no volvieron, y Carla supo que se habían ido para siempre, que el virus no los iba a olvidar y se habían marchado para no cargarla a ella con sus cuerpos. Ellos se lo habían explicado, a pesar de que ella no quería saber nada de aquello, como si su ignorancia fuese a hacer que desapareciese lo que no le gustaba. En cierto modo así había sido siempre, sus padres la habían criado en un mundo feliz donde lo malo no existía, pero ahora no funcionaba ya. Los problemas eran superiores a lo que sus padres podían resolver y la realidad se imponía avasallando, y ella tenía que aceptarlo.
Sus padres se marcharon,sí, pero el hedor del ambiente era asfixiante, terrible. Había muchos más cuerpos. Y ella, se había encerrado en su piso para no tener que ver la espantosa enfermedad y sus fatales consecuencias. A esperar que un mundo rosa aflorase de alguna forma mágica.
Pero los recursos de los que sus padres la habían proveído se habían acabado. Debía ser valiente y buscar comida, pero era incapaz.  Desde el balcón de su casa había visto pasar gente, mejor dicho, niños y niñas desamparados, y también animales. Animales sin dueños que los cuidaran que se habían asilvestrado. Ella temía a los perros, mucho, los había visto agruparse en jaurías e intimidar a los niños, gruñirles amenazantes, si lo que había en juego era algo de comida.

Sola, allí en aquel piso, atrincherada de un mundo enloquecido y enfermo, se hubiera muerto de miedo, de hambre y de sed, de no ser por la vuelta de su abuelo. Uno de los pocos adultos inmunes a aquel extraño y devastador virus que no había dejado títere con cabeza, que a ella no la había afectado en su persona, pero, que sus consecuencias y la absurda educación que había recibido la hubieran matado también, de un modo lento, cruel y sin sentido alguno.