martes, 20 de septiembre de 2011

El diario de las locuras de la casa de al lado

El Diario de las locuras de la casa de al lado.

19/09/2011

El florero.



 La tarde de hoy ha estado tranquila, la mañana la verdad es que también, aparte del acompañamiento musical, hoy les ha dado por la canción de ”la Cucaracha ya no puede caminar” Sé que la han puesto varias veces, pero hoy tenia cosas que hacer fuera y me he ido, así que no se si ha durado mucho o poco.

 

 Supongo que en lo de rallarse tanto con el pianito ya deben de tener los nervios destrozados, o al menos eso creo, especialmente el habitante mayor de la casa. El marido de la Loca y padre de la Nena. Que fue el único al que llegamos a considerar normal y también el que mantuvo la relación con cierta diplomacia hasta que todo se desmoronó.


 El habitante mayor de la casa de al lado es un hombre de mediana edad, que hasta hace unos meses trabajaba, y por ello pasaba mucho tiempo fuera de su casa, pero que ahora, como tantos otros españolitos de a pie, se ha quedado en paro y no le queda más remedio que pasar muchas horas en su casa. Y, supongo yo, que debe estar hasta los mismísimos cataplines del Toreador y del pianillo.


  El habitante mayor de la casa de al lado fue la persona con la que intentamos llegar a aclarar por que se nos había cargado el mochuelo del suicidio fallido de el Cojo. Pues con la Loca no hay manera de razonar. Ella sale a la terraza, grita sus cosas, y se esconde antes de que siquiera te plantees gritar las tuyas. No escucha a nadie, y si alguien ha conseguido decirle cualquier cosa, acto seguido queda excluido se su saludo y de su mirada. Así le va, que no puede levantar la cabeza, porque no le queda nadie a quien pueda mirar. Pero él, el habitante mayor de la casa de al lado no es así, aunque tiempo al tiempo y terapia musical y ya veremos, pero no es así.


 Cuando todo aquello pasó, y la Loca no nos devolvía el saludo, hablamos con él, que sí que se terció a explicarnos que era por lo del Cojo, por eso lo sé, y luego cargó contra mí, pero a degüello, dijo que yo no paraba de molestar a su mujer,  dijo que me levantaba a las seis de la mañana y me ponía los tacones y daba golpes y portazos para despertar a la Nena. Lo cual es absurdo por los siguientes motivos, yo no uso tacón si me levanto a las seis de la mañana, y siempre voy con mucho cuidado de no meter ruido porque también tengo un niño pequeño, que si mis golpes despiertan a la Nena de la casa de al lado, antes despertarían a mi hijo en mi misma casa ¿no? También dijo que le subía la rueda del coche por encima de su acera cuando la tenía  acabada de fregar (eso es siempre, yo creo que está esperando que se seque para volverla a fregar) para ensuciársela. Eso último si que es posible que lo hiciera alguna vez, pero yo no sabía que la molestaba, y tampoco lo hacía a menudo, porque yo suelo meter el coche dentro de la cochera siempre, aunque tenga que salir en cinco minutos, porque me es mucho más cómodo pulsar el mando y que se abran las puertas solas que bajar del coche, cerrar el coche, buscar las llaves, abrir la puerta, cerrar la puerta, y si me dejo algo en el coche luego tengo que salir a la calle, así que siempre lo meto, pero si no lo hago, es posible que pisara la acera. Mi marido le dijo  que la loca ponía la música muy alta, y que nos tiraba los cubos de agua delante de nuestra puerta, que también gritaba mucho y que no nos gustaba que nuestro hijo tuviese que oír cierto vocabulario.  Pero que era lógico que siendo vecinos tuviésemos  cosillas y que siempre que las hablásemos las podríamos arreglar, que era mucho más efectivo y mejor que estar haciéndonos la puñeta. En fin, dejé de subir la rueda por su acera, y ya, todo lo otro era imposible dejar de  hacerlo porque nunca lo había hecho. Eso si, si salía algún día con tacones pues procuraba no hacer ruido.  La otra parte del trato hizo caso omiso y continuó con sus cubos y su música y su soez vocabulario.


  Al poco de aquello el Cojo se presentó un día, llamó al timbre y habló con mi marido, quería saber si le habíamos denunciado a él, el pobre que ni se le oye, igual que al otro, tampoco se le oye. Mi marido le preguntó que por qué le íbamos a denunciar, y el Cojo nos contó que su hermana, la Loca, le había dicho que como gritaba mucho y nos molestaba le habíamos puesto una denuncia, y mi marido como pudo y flipando en colores le dijo que no, que nosotros  no habíamos denunciado a nadie, y que si molestaran tanto como para hacerlo primero iríamos a hablarlo. El Cojo empezó a maldecir a su hermana y a llamarla mentirosa, enredadora y lianta y se marchó. 



 Aquel día ya tuvimos una revelación de cómo se las iba a gastar la Loca, si podía meternos sin más en un follón como aquel, a ver que más diría por esa boca. Pero decidimos hacer como si nada y, eso sí, tener mucho cuidado con esa gente. Que ya no solo parecía algo extraña, ya parecía casi peligrosa.

 

 Al poco, hablamos con el habitante mayor de la casa de al lado, de que no parecían mejorar mucho las cosas, y él empezó a meterse con el cuñado, el Cojo. Contó lo que quiso, porque yo ya no me creo nada de ninguno, pero por lo visto era la causa de todos sus males, el que desquiciaba a su mujer porque hacía todo lo peor: beber, robar, maltratarlos a ellos…(aunque si yo hubiese recibido la mitad de la mitad de la batería de insultos que recibía aquel hombre al día también me daría a la bebida, o lo consideraría muy seriamente) Un culebrón vaya... Como si aquello fuese algo relevante a lo que nosotros pedíamos, es decir, un trato cordial. A ver ¿que culpa tengo yo de que los dos cuñados no se traguen y de que la Loca tenga que estar en medio?¿cómo resuelve el conflicto que ellos se tienen montado echándome a mi puerta los cubos de agua? ¿Cómo ayuda a su problema que no nos salude por la calle? Este es otro misterio, si alguien tiene alguna respuesta, por favor, la comparta.


 El caso es que la cosa no mejoró, de hecho, la cosa empeoró, y cuando en verano hicimos la obra en la terraza, donde nos hicimos un cuartito trastero y una bancada para poder hacer alguna paellita, la Loca se lo tomó como una cruzada contra su persona. Cada tarde que mi marido trabajaba en la terraza, ella tenía que salir y a voz en grito protestar  e insultarnos. Pero ni una sola vez fue capaz de llamar al timbre y decirnos cual era su problema. La cosa era más o menos así:


Una tarde cualquiera de obra-

La Loca: ¡Mira tú, toda la ropa, me la ha llenado de polvo! ¡El flaco desgraciado este, que lo hace a propósito!(eso iba para mi marido). ¡Pues ya verás, ya! ¡Ahora cuando lo tengan todo bonito, voy a empezar yo a hacer obras y se lo voy a poner todo perdido! – ( Ahí ya podeis haceros una idea de como funciona su cabeza, pretendía hacer una obra para molestar al vecino)

 Ellos habían hecho una obra similar el verano anterior, y anda que no tragamos, no de suciedad, eso se entiende, sino de gritos e insultos, aquella vez para el Cojo, que fue quien lo hizo. Una cosa así:

La Loca a El Cojo: - ¡Peeeeeeeeeeeeeerrrrrrrrrrooooooooo, que eres un peeeeeerrrrrrrrroooooooooo, boooooooooooorraaaaaaaaaaacho, machucho, borracho machucho! ( Le gusta arrastrar mucho la e y marcar bien las erres)

El Cojo a la Loca: Silencio e indiferencia.
LocaCojo


 Si no fuese trágico seria para partirse la caja. Y ahora  que nosotros hacíamos la obra, pues para nosotros.

La Loca: - ¡Claro, a ella le da igual! ¡Como ella no lava, ni hace la faena….! ¡Pues ala, venga a hacer polvo! (Eso  iba para mí) Fue la primera vez que yo fui consciente de que me llamaba cochina. Si hubiésemos querido nos hubiésemos peleado cada uno de los días que duró la obra, que vinieron a ser una dos semanas. Pero solo subíamos el volumen de la radio, a modo de respuesta.

 



 Volvimos a hablar con el habitante mayor de la casa de al lado en cuanto tuvimos ocasión, y le dijimos que nosotros no habíamos hecho la obra expresamente para molestar a la Loca,( como si hubiera que explicar una cosa así) que era para disfrutar de la terraza, como ellos habían hecho también antes. A aquello nos respondió que su mujer era muy pudorosa, esa fue la palabra exacta, y ahora a saber que significaba eso. Y también que lo quería tener todo perfecto y que la obra ensuciaba y ella se enfadaba. Y con eso y un bizcocho….ahí que nos quedamos con un palmo de narices y sin ninguna solución.

 La tía Loca sale a la terraza, nos dice lo que le da gana, nos insulta como quiere y resulta que “Es que es muy pudorosa”. Con aquello ya nos dimos cuenta de que la opción del habitante mayor de la casa era mas o menos lo mismo que hablarle a un florero, que es como lo vamos a llamar de ahora en adelante el habitante florero. Que aquel pobre hombre no podía o no quería o tenía miedo de decir nada. Pero nosotros igual lo saludábamos. Bastante hacía con vivir en esa casa todos los días y mantener cierta cordura. 



 Esto no duró demasiado, pero por hoy ya es suficiente. Tengo labores que me reclaman y mi tiempo es escaso.

1 comentario:

Livonan dijo...

Con esto ya están presentados los habitantes humanos de la casa de al lado. A falta de "el perro gilipollas" como ser vivo vecino, ya conocemos a la fauna que la habita.