martes, 17 de noviembre de 2015

Tercera parte (nueva amenaza)

Tercera parte (nueva amenaza)
Ricky estaba escondido entre las cañas y el arroz, aquella mañana un grupo numeroso se había desplazado al Pedrusco, que se levantaba como una anomalía en la planicie de los arrozales. Cerca del pedrusco existían dos manantiales de agua dulce, fría y cristalina. Pero no habían ido a por el agua, habían salido de caza, por decirlo así. Lo hacían de vez en cuando, pues los animales que habían vivido en las granjas, al perder a sus cuidadores, se habían escapado, pero no se habían ido  lejos, y acudían tarde o temprano a beber al manantial.
El grupo de caza lo que hacía era esconderse y esperar, y luego cercaban al cerdo, por lo general, y lo cogían. Posteriormente  lo llevaban a una de las granjas  como las que cuidaba  David o Sonia. Lo animales, por lo general, habían convivido con personas y se dejaban coger con relativa facilidad.
Los “cazadores” tampoco disponían de verdaderas armas de caza, el Yayo Cristian no había puesto muchas normas, pero había puesto una muy importante, las armas de fuego estaban totalmente prohibidas. Era pecado solo con tocarlas. Así que los chicos tampoco tenían mucho con que cazar, disponían de su inteligencia, su número, su rapidez de reflejos, y quizás algún que otro palo. Y tampoco les iba tan mal, pues en verdad por allí  no había grandes peligros.
Carla también había salido con la partida de caza, le gustaba mucho ir al manantial, y necesitaba despejarse, un poco de aire fresco, tanto estudiar en los libros también la cansaba, por mucho que le gustara lo que aprendía. Hacía unos días que se sentía mal, no solo físicamente sino también en su ánimo, estaba como enfadada, como molesta con todo, pero no sabía por qué, se sentía como una extraña, y de repente le dolía mucho la tripa. Aquella mañana se sentía decaída y agotada, pero el día era largo y quedarse quieta, lamentándose no la iba a hacer sentir mejor, y por ello se fue a la cacería. Pero de repente ya no quería estar allí, y ahora ya no podía regresar, no hasta que cobrasen pieza. En realidad podía hacerlo, pero no se atrevía a ir sola, todavía se asustaba con mucha facilidad.
Sintió una humedad pegajosa entre las piernas y se fue rezagando del grupo, cuando vio la sangre supo que le estaba ocurriendo, el paso natural del tiempo. Su primer periodo había decidido presentarse allí, en medio de los campos, y de una cacería. Había leído del mismo, se lo habían explicado en la escuela, pero toda aquella teoría distaba muy  mucho de lo que ella sentía en aquel momento.
Menudo momento había elegido, pensó Carla. Aunque si hubiese tenido a una mujer cerca le hubiese dicho que  eso le iba a ser así casi por norma. Pero como no la tenía, pues fue el tiempo y la experiencia quien se lo enseñó.
Ricky había detectado la ausencia de su prima, aquello no era propio de ella, alejarse del grupo, algo le ocurría, seguro.
La partida de caza disponía de un centinela en el mirador de la ermita que había sobre el Pedrusco, la única elevación natural del marjal. Desde allí se dominaba todo el terreno de arrozal desde la ciudad hasta el mar, con un sencillo sistema de espejos el centinela avisaba a los cazadores de alguna anomalía en las hierbas altas, donde podría haber un animal.
Los cazadores se alborotaron al ver las señales del centinela, había presa cerca, Carla les oyó y salió de su autocompasión al encuentro del grupo, Y se topó con Ricky que ya venía en su busca.
-¿Dónde estabas? ¿Por qué te retrasas?-.Le preguntó Ricky algo preocupado.
-Por nada, ya estoy aquí ¿No? Venga, hay presa, tenemos trabajo- Ella le contestó cortante, algo borde también, no quería hablar con él en ese momento, el barullo del grupo la sacó del apuro momentáneo.
Ricky tampoco quiso hablar más del tema, no era normal que Carla le hablara así, él no le había hecho nada, solo se había preocupado de ella. Se sentía molesto con su prima, pero la prioridad era coger el bicho que se escondía entre la hierba.
David que había sido designado centinela aquel día mandaba señales para indicar al grupo hacia donde debía dirigirse, los cazadores se abrieron en abanico, como siempre hacían. Para acercarse al animal por todos sus flancos, acorralando a su presa. Pero había algo que no cuadraba aquel día, el sonido, el sonido incómodo y penetrante, el zumbido incesante molesto y asqueroso de un enjambre de moscas enloquecido, y con el sonido el olor, un olor conocido por todos, un hedor nauseabundo, ¡MUERTE!
Los chavales se asustaron, algunos estaba a punto de echar a correr, pero Ricky intervino justo a tiempo de que el pánico los dominara. Todos conocían el olor a muerte, todos habían sufrido mucho, aquel hedor traía fantasmas a sus mentes infantiles aún, pero golpeadas ya con contundencia por la vida, en su versión más cruel.
Ricky tomó la iniciativa, les pidió que aguardasen en su posición y él  iría a ver que había allí.
Al adelantarse decidido, los demás niños y niñas del grupo se armaron de valor y se pusieron en alerta. No convenía relajarse, pero menos convenía ser presa del pánico, así había hablado Ricky.
Ricky avanzó, intentando apartar recuerdos dolorosos de su cabeza, con el temor a encontrar un cuerpo querido. Pero al apartar las hierbas que lo separaban del causante del hedor y la concentración  de moscas, se relajó, era uno de los cerdos que andaban por allí perdido. Una presa de las que ellos acechaban.
Aunque tras el suspiro de alivio al no encontrarse con una persona, su mente rápida y pragmática volvió al estado de alerta. Aquel animal no estaba simplemente muerto, había sido cazado, despedazado y parcialmente devorado. Pero, ¿qué podía haber causado aquel destrozo? Debía ser grande, con garras fuertes y dientes capaces de desgarrar como cuchillos.
Ricky lo entendió rápido, ya no eran los únicos cazadores de la planicie. Y lo más grave, ahora podían ser también presa. Tenían una fiera cerca, quizás más.
Llamó a sus compañeros, les dijo rápidamente que fueran a mirar, que no era una persona muerta.
Los cazadores se acercaron y observaron su presa destrozada por otro animal, otro cazador, mucho más violento, mucho más agresivo y mucho más peligroso.
Ricky no se había sentido antes amenazado por nada, aparte de la enfermedad, él era el pescador, él era el cazador. De forma natural en la planicie no existía nada que pudiese dañarles. Aquella debía ser alguna bestia escapada del zoológico  que había en la Capital. Estaba lejos de su zona, pero algunas fieras controlan extensiones de territorio más amplias de lo que había de su ciudad a la capital.
Era un grave problema, igual que había atacado al cerdo podría atacarles a ellos. Los desgarros de la carne del gorrino indicaban que sus dientes eran poderosas armas de matar. ¿Qué bestia sería? ¿Qué había en el zoo? Pensaba el incansable cerebro de Ricky. Tendría que reunir más información para enfrentarlo con éxito.


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