jueves, 5 de noviembre de 2015

Pandemia, Primera parte. Contiuación II

Pandemia, Primera parte. Contiuación II

El barco de pesca había zarpado hacía una semana. Cristian se había enrolado a cambio de la comida y poco más. Estaba jubilado, pero no podía estar encerrado entre cuatro paredes, hacía unos años que había abandonado su casa, pues su esposa, aunque la quería muchísimo, lo ahogaba, lo quería proteger tanto de todo, que no se daba cuenta de que lo estaba matando lentamente. Y  un día se marchó, así, sin más.
Vivía en barcos de pesca y en campos o granjas que iba buscando en su caminar continuo. Ofrecía sus servicios a cambio de cobijo y era más feliz de lo que nunca había creído.
Cuando zarpó en el barco y a pesar de no estar muy conectado con un mundo que no levantaba la vista de las pantallas, no había podido evitar enterarse de que existía una extraña pandemia que estaba haciendo mucho daño, pues mataba rápidamente y parecía muy contagioso.
Sus pensamientos volaron hacia sus seres queridos, su mujer, sus hijos y sus nietos. Aunque se había marchado, no por ello olvidaba que tenía una bella familia a quien quería. Pensó que los grandes médicos con toda aquella tecnología pronto lo resolverían. Que sería una nueva gripe A con mucho bombo y poca chicha. Aun así, mando mensaje a su casa para saber cómo estaban todos allí, y, sin obtener respuesta, enroló.
La tripulación del barco estaba constituida por el patrón y tres pescadores, uno de ellos era el hijo del patrón de apenas 18 años, y el mismo.
Todo parecía ir bien en el barco, él pescaba a caña. Había sido su pasión desde niño, se divertía con ello, respiraba el aroma del mar y ayudaba a la tripulación.
El chaval del patrón le recordaba mucho a su nieto mayor, estaba allí porque su padre creía que haciéndolo trabajar duro renunciaría a abandonar los estudios. Pero Cristian estaba convencido de que no sería así. Aquel muchacho sería pescador como su padre, no era carne de biblioteca. Se movía muy bien por el barco y pillaba todas las tareas a la primera. Seguro se dormía agotado cada noche, del duro esfuerzo, pero satisfecho, orgulloso de sí mismo, Era feliz allí, como lo era Cristian. Igual que su nieto, era un chico inteligente, pero tozudo, necesitaba comprender el mundo por sí mismo y no aceptaría que se lo contaran para creerlo, tendría que vivirlo.
Cuando llevaban una semana y media en el mar, el patrón de la nave parecía enfermo, estaban a mitad de la salida, programada para unas tres semanas, pero al ver mal al patrón decidieron llamar a tierra para localizar al médico y que les dijera si era grave para volver o podían hacer algo desde allí ellos. La sorpresa fue que nadie respondía a las llamadas desde el barco. Era insólito, e irresponsable, como se podía abandonar un puesto así, algo grave sucedía.
Decidieron regresar y llevar al patrón al hospital, su estado empeoraba por momentos. Se dieron mucha prisa, las condiciones del mar eran estupendas para navegar, aun así, el patrón no lo consiguió, llegó a tierra cadáver ya, y los dos trabajadores del barco llegaron también en muy mal estado, habían enfermado también, los tres hombres estarían entre los cuarenta y los cincuenta, eran hombres fuertes y llenos de vida cuando la travesía comenzó, pero aquel mal era rápido y devastador. Tan solo Cristian y el chico llegaron sanos a puerto. Perfectamente bien. Lander, que así se llamaba el hijo del patrón estaba destrozado por el fallecimiento de su padre.
Al desembarcar en el puerto, parecía como si en vez de una semana y poco hubiesen pasado años, estaba todo abandonado, nadie se ocupaba de nada. Los barcos amarrados o alguno sin amarrar, parecían completamente abandonados. ¿Qué había pasado allí? ¿Cómo? ¿Tan rápido?
Cristian fue con Lander hasta su casa, pero estaba vacía. Las calles olían a muerte, era espantoso. Buscó una radio, o un aparatejo de los que todos usaban últimamente, para saber algo, pero al momento vio que era inútil. No había electricidad.
Pensó que tenía que irse de allí, tenía que volver a casa, esto debía ser la enfermedad de la que había oído hablar.  Sí que era terrible e iba muy deprisa.
Cristian no lo pensó más, cogió uno de los muchos coches que estaban abandonados y puso rumbo a su hogar. Lander no quiso ir con él, quería despedir a sus padres y luchar allí en su tierra. Así que Cristian, otra vez solo, se marchó. Su casa no estaba cerca de dónde él se encontraba y aquel coche no tendría el combustible necesario para llegar, pero ya repostaría.
La autopista estaba vacía, nadie circulaba por ella. La radio estaba muda, nadie hablaba tampoco, ni había música, nada. Vio una estación de servicio y decidió llenar el depósito, pero no había nadie para atenderle. Entró en la tienda y vio que solo había vacíos los estantes de la comida. La caja tenía dinero, a pesar del abandono total. No había electricidad, pero eso ya lo esperaba. Intentó repostar combustible él solo, pero los tanques estaban vacíos, era lógico, si no se rellenaban se habrían acabado, seguramente estarían todos así, proseguiría con aquel coche hasta que se le terminase el combustible y ya cogería otro…
Cerca de donde se encontraba había una granja de una familia muy amable, él había pasado unos días allí en su viaje de ida. Quizás fuese inteligente dirigirse allí, viendo como habían dejado las estanterías de alimentos de la gasolinera, sería bueno tener algo que comer, y ver como estaba aquella gente.  Si no se proveía él mismo de alimento no tendría que comer, comprarlo ya no podía. Y la comida parecía ser la prioridad en los saqueos.
No pararía más que lo necesario, una urgencia por llegar a casa lo azuzaba desde dentro, estaba seguro de que era muy importante llegar cuanto antes.



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