lunes, 9 de noviembre de 2015

Segunda parte. La nueva sociedad

2ª Parte. Nueva sociedad.
Habían pasado unas semanas desde que Cristian había reencontrado a sus nietos, por suerte, todos ellos vivos. No así a sus hijos, ni a su querida mujer.
Lo primero que hicieron fue salir del núcleo urbano y refugiarse en los campos. La ciudad era un foco de infección, el campo estaba cerca, tenía muchos refugios y proporcionaba alimento.
Sacaron de la ciudad a todos los niños que encontraron. La ciudad no era muy grande, se encontraban cerca de la costa. Se acercaba el verano, y Cristian sabía que era el momento de resolver posibles problemas futuros. Aquel era un lugar privilegiado, pues ni hacía mucho frío, ni mucho calor; aun así, había que prepararse. Cristian se temía que el próximo invierno no  sería tan cálido como el anterior, pues ni había tanta gente, ni tantos coches, ni tantas calefacciones, ni nada de todo aquello que mantenía a las urbes a unos pocos grados por encima de la temperatura de fuera de la ciudad. Y recordaba, de cuando era un niño, como los hombres  tenían que romper las placas de hielo, para pasar sin resbalar con sus carros y sus animales.
Sabía que sin cuidados las calles, carreteras y caminos se deteriorarían rápidamente. Y que la maleza era una gran conquistadora de territorios, rápida y voraz.
Para resolver los problemas y prepararse para los venideros. Cristian disponía de una enorme tropa de niños y niñas, una decena o así de adolescentes, y él mismo.
Lo primero que hicieron fue buscar a todas las personas vivas en la ciudad. También buscaron hogares fuera de ella, en los campos de alrededor, por suerte, era una ciudad de tradición agrícola, con muchas casitas, naves y refugios, había por doquier, muchas de aquellas construcciones habían sido "ilegales”, se construyeron  sin permisos, y no tenían ni agua de la red, ni electricidad de la red. Pero ello fue una ventaja, pues la red, sin gente, había quedado inútil. Pero los pozos y las placas solares hacían confortables aquellas edificaciones, otrora de uso agrícola o meramente recreativo.
Estos refugios estaban dispersos, entre hectáreas de huertos y arrozales, y muchos eran pequeños, aunque algunos eran grandes, se usaban para secar el arroz al sol, y tenían una gran capacidad.
Cristian y Ricky conocían muy bien el territorio, Cristian se había criado entre campos de arroz y naranjales, Ricky había recorrido todo el término junto a su abuelo, buscando buenos sitios de pesca, y frutas para calmar la sed en el calor intenso del verano.
Había un pequeño huerto al que Cristian le había dedicado muchas de sus horas, había sido un pequeño vergel de frutales y verduras de todo tipo, que cultivaba por puro placer en sus horas libres. Ricky le había ayudado dentro de sus posibilidades, pues era un niño tan solo, y aunque tras los dos años de abandono ya no estaba igual pronto lo arreglaron, y allí se trasladaron a vivir, una vez que Ricky salió de las garras del virus. En el huertecito solo había un cobijo por si llovía, pero en el terreno del que fuera su vecino, había una casita muy bonita, perfectamente habitable y que ellos habitaron. La familia consistía en Ricky, Carla, el pequeño Saúl, Yayo Cristian, y el adoptado David.
Allí, en su refugio decidieron cómo sacarían a los niños y niñas de la urbe, y donde los pondrían a vivir, buscándoles, igual que a  ellos, casitas de campo donde estuvieran protegidos y relativamente cómodos.
Sacaron más de un millar de personas de la ciudad, chicos y chicas que a pesar de su corta edad, menos los bebés claro, todos estaban dispuestos a hacer lo que se les pidiera, Cristian se había convertido en el abuelo de  todos ellos. Era el único adulto, y confiaban ciegamente en él para sobrevivir, al fin y al cabo él y sus nietos habían ido a buscarles para ayudarlos.
Así que no fue complicado convencerlos de que había que abandonar la que hasta ese momento fuera su casa. Que había trabajo duro por delante y que todos debían de colaborar para sobrevivir. Algunos habían pasado mucho miedo y mucha hambre. La familia de Cristian lo sabía, por ello llevaba alimentos cada vez que entraba en la ciudad en busca de chavales, para que  confiaran en ellos.
Lo primero que Cristian explicó a su tropa de chiquillos fue a que el alimento ya no iba a florecer en su nevera, que alimentos habría siempre, pero que había que ir a por ellos, ya no los podrían sacar ni de un tetrabrik, ni de un envoltorio de plástico  ni de una caja de cartón. La comida estaba viva por ahí y había que recogerla, prepararla y trabajarla. A muchos niños les costaba concebir que la comida no estuviera procesada, nunca se habían preocupado de la procedencia de la misma, simplemente estaba en las baldas del supermercado, así sin más. Era una cuestión de la comunidad entera proporcionarse comida.
Se hizo una lista de tareas que eran necesarias para la supervivencia y equipos para desarrollarlas con eficacia.
La mayoría de los niños no sabía nada de campos, ni pescar ni cazar, nada de nada que no saliese por una pantalla. A pesar de ser un sitio bastante ligado a la agricultura, ellos habían sido como arrancados por sus padres de aquella cultura. La tecnología había invadido también las plantaciones y eran al final pocos los hombres y mujeres que se necesitaban para aquellas tareas, y socialmente también hubo como un rechazo a este tipo de labor, como si fuera cosa de paletos ignorantes. Con lo que a pesar de estar a unos metros de la comida, se hubieran muerto de hambre de no haber sido rescatados. Y el hambre abre el ingenio y la mente como ningún plan educativo habría conseguido jamás.
Pero algunos como Ricky y David, habían tenido la suerte de tener algún abuelo o tío, o papá que les mostrase el mundo y cómo funcionaba de verdad. Otros muchos como Carla, a pesar de haber tenido un abuelo así, habían tenido unos padres superprotectores, a los que todo les aterrorizaba y no los habían dejado ni respirar por sí mismos.
David, sin embargo; conocía bien las granjas y cómo funcionaban, algunos también sabían pescar, unos pocos conocían algo de la caza de patos, pues era afición en el terreno,  había también algún que otro que sabía de caballos, pues este era un animal apreciado en la ciudad, no en vano había sido motor de su economía durante años, antes de que los tractores y la maquinaria agrícola los desplazaran. Ahora solo eran un entretenimiento, pero, por suerte para los supervivientes, aun había caballos.
Estos chicos y chicas, más campestres, fueron destacados como líderes de sus grupos. En cada refugio se instaló a una familia, aunque no hubiese lazos de sangre, y si los había, se respetaban. Con pequeños y grandes mezclados. La principal responsabilidad de una familia era siempre cuidar de los más pequeños.
Si la comida era fundamental, el agua era indispensable, Cristian conocía bien los acuíferos de la zona, las fuentes y los manantiales. Había muchos, aquella era zona de humedales. Recogerla y llevarla hasta los refugios era una tarea fundamental, y se dispuso de un sistema de recogida, que consistía en destinar a un par de habitantes de la casa a recogerla y mantener el habitáculo abastecido siempre.
En su viajar continuo de los últimos años Cristian había parado en una granja autosuficiente y ecológica, él había visto unas cocinas muy peculiares, que funcionaban con luz solar. Había cocinas y hornos. Las cocinas eran una especie de semicircunferencia de metal, en la que se enganchaban unas varillas a modo de parrilla, como una suerte de antena parabólica, que se colocaba en dirección al sol, reflejaba y aumentaba el calor recibido y podía cocinar lo que en la parrilla se le colocase, los hornos eran aún más simples, se trataba de una caja rectangular, forrada en su interior de material reflectante, que concentraba el calor, y que podía estar enterrada o semienterrada. El sistema no era rápido, pero era eficaz, y no necesitaba combustión ni tampoco ninguna clase de  combustible, electricidad o demás tipos de energía, solo una que no les iba a faltar, el Sol.
Uno de los cometidos de sus grupos de trabajo fue fabricar aquellas cocinas.





No hay comentarios: