martes, 10 de noviembre de 2015

La nueva sociedad, 2ª parte continuación

(La nueva sociedad, 2ª parte continuación)
Javi y Carla habían sido buenos estudiantes, y a ellos se les encomendó la tarea de buscar en la ciudad información en libros y bibliotecas, con la ausencia de internet la tarea no era nada sencilla. Ellos se convirtieron en buscadores de información vital. Eran buenos entre libros y más bien regulares en trabajo de campo. Además formaban un buen equipo. Y aunque antes solo se conocían por Sonia, pronto empezaron a hacerse muy buenos amigos.
A la familia del Yayo Cristian se habían unido dos nuevos miembros. Sonia y Javi, Sonia era la mejor amiga que Carla había tenido en la escuela, muchas veces Sonia y ella se habían sentado juntas en clase. En ocasiones, Carla tenía que explicarle las lecciones con paciencia, a Sonia le costaba asimilar los conceptos. Pero a veces, Sonia invitaba a Carla a su casita de campo. Su padre criaba dos yeguas preciosas porque le gustaban mucho los caballos. Allí era Sonia quien explicaba las cosas a Carla. Sonia solía montarlas con frecuencia, era una gran amazona. En todas las cabalgatas de la ciudad desfilaban los imponentes animales de Sonia, en ocasiones  tirando de una calesa muy bonita, en la que también estuvo invitada  Carla a montar. Las yeguas y Sonia parecían tener una conexión que iba más allá de lo enseñable y lo aprendible, era algo innato, un don.
Sonia no estaba sola cuando la encontraron, sino con su hermano mayor, Javi, que tenía quince años, era de los pocos chicos de esta edad que habían sobrevivido al virus, Como  Ricky había estado enfermo, y Sonia lo había cuidado hasta conseguir que se recuperara.
Javi era un muchacho alto y fuerte, ayudaba a su padre en los quehaceres de la cuadra, pero al contrario que Sonia, a él no le gustaba demasiado aquello. Él era más de libros, de películas y de civilización, mucho más urbano. Había sido un excelente estudiante, probablemente hubiese hecho una gran carrera de haber podido seguir. Tanto Sonia como Javi fueron acogidos en la casa de Cristian. A Carla le hizo mucha ilusión poder vivir con su mejor amiga. Las yeguas de Sonia fueron llevadas también a la propiedad en la que se habían establecido. Así dispusieron de un transporte más rápido que ir andando, y cuyo combustible crecía libremente por todas partes.
Cristian enseñó a Sonia y a David donde se habían encontrado las explotaciones ganaderas de la zona. Ellos se encargarían del tema animales, otros niños  a los que también les gustaban mucho se quedaron a su disposición para ayudar a poner, de algún modo. Las granjas en funcionamiento,
Se instauró la asamblea diaria, todos los días, al atardecer se hacía una asamblea. Al principio tan solo hablaba Cristian, disponía los  quehaceres del día siguiente y quien se encargaba de los trabajos. Pero a medida que los muchachos hacían cosas empezaron también a hablar. A pedir más manos para su labor, a exponer alguna idea que podría ser de utilidad. Pero a la par que la comunidad iba tomando un rumbo y una forma, la asamblea se fue convirtiendo  en una reunión lúdica también. Si no había demasiados conflictos que resolver Cristian contaba alguna historia de su niñez. A los pequeños les gustaba mucho oírle, y saber que él también fue niño los acercaba aún más.
Al finalizar la asamblea y en pos de evitar futuros conflictos Cristian siempre despedía el acto diciendo las mismas palabras:
“Cada miembro de esta comunidad es útil en su labor, tenéis que hacer aquello que os guste más y hagáis mejor, y siempre para ayudar a los demás”
Aquella frase que había inventado ayudaba a aquellos niños frágiles, que tanto habían sufrid, a que se sintieran orgullosos de sí mismos y se fuesen contentos a dormir. Aunque Cristian a veces les oía gritar y sollozar en su sueño, a causa de las pesadillas que muchos aun sufrían.




-¡Yayo! ¡Despierta! ¡Yayo!-Carla lo llamaba y la desesperación vibraba en su voz.- Dime cariño, ¿qué es lo que te sucede? Todavía es de noche- el Yayo se despertó y adivinó rápidamente que la situación era grave.
-¡Es Saúl, Yayo! Está ardiendo, no sé que hacer, pero el pequeño está muy mal.-Dijo Carla, a punto de romper a llorar.
Carla se había dado cuenta primero de la situación porque dormía con su pequeño primo pegado a su cuerpo siempre. El pequeño se tranquilizaba con su contacto, pero ella también se tranquilizaba con el pequeño cerca.
- ¡Saúl! ¿Está enfermo?- El Yayo estaba preocupado. Saúl haciendo sus cabriolas habituales se había caído dentro de la acequia en la que pescaban el día anterior. Ricky lo había rescatado sacándolo del agua  rápidamente. Ellos le quitaron la ropa mojada, y le dejaron secarse desnudo al sol. No hacía frio, pero tampoco calor, quizás la traicionera brisa del mar lo enfrió. Probablemente aquel chapuzón imprevisto no les sentó nada bien al chiquitín.
 Cristian no sabía nada de medicinas, y menos de las pediátricas, tampoco creía que podría encontrar mucha medicina en las farmacias saqueadas de la ciudad. Había estado en las mismas, pues él mismo tenía que tomarse alguna que otra pastilla, y sus reservas se agotarían pronto. Pensó que quizás encontraría más cosas útiles en los botiquines de las casas, incluso en las de sus propios hijos. Que las saquearon  para proveer a sus nietos. Pero ¿cuáles serían las buenas? Una cosa sí sabía él de  medicinas, que eran muy peligrosas.
 -¡Yayo! ¿Qué hacemos?-Carla le sacó de sus pensamientos. Estaba muy asustada.-¡Despierta a Ricky! Quizás él nos pueda aportar más ayuda- le dijo Cristian.
 Despertaron a Ricky, él sabía de medicamentos, poco más o menos lo mismo que ellos, cuando estaban enfermos su madre le daban un jarabe y él lo tomaba sin más.  Decidieron despertar a Javi también, era el más mayor y era inteligente, quizás les pudiese ayudar.
Javi se levantó de un brinco y fue a ver al pequeño Saúl, efectivamente, estaba ardiendo de fiebre, Tenía los ojos vidriosos y las mejillas encendidas en rojo. Javi lo desnudó inmediatamente, acto seguido pidió agua y paños para refrescar al pequeño, Saúl estaba muy quieto, quejumbroso. Él que siempre era un torbellino, que se reía con las carcajadas más contagiosas del mundo. Se veía a la legua que el pequeño lo estaba pasando mal.
 Javi le presionó el oído y el pequeño Saúl  rompió a llorar desesperadamente, le había hecho daño, Ricky se sintió molesto y enfadado, Cristian tuvo  que cogerle del brazo justo a tiempo para evitar que le diese un puñetazo a Javi.
-Ricky, no quiero causarle daño, quiero ayudar, pero él no sabe decirme lo que le duele, y lo tengo que averiguar así- Javi hablaba en tono conciliador, se había visto pasar muy de cerca el sopapo de Ricky.
 Javi continuó con su reconocimiento del chiquillo, le abrió la boquita, y vio que tenía la garganta llena de placas blancas. Con aquello Javi concluyó que el niño probablemente tenía una amigdalitis y otitis. Y que lo que necesitaba eran antibióticos. Pero él no sabía cuáles. Todo lo que había hecho era repetir el proceso que con él hacia su médico, y las palabras que decía, pues había sido muy propenso a sufrir estas afecciones cuando era más pequeño.
 Él solo sabía que tenían que mantener a raya la fiebre y para eso si conocía el medicamento, paracetamol o ibuprofeno. Pero habría que esperar a que el amanecer pusiera luz en el mundo para salir a buscarlo, aquella noche no había siquiera Luna en el cielo que los alumbrara. Intentaron hacer beber agua a Saúl, sabían bien, todos los que estaban allí, que una fiebre necesita mucha hidratación, pues así habían salvado a Ricky y  a Javi, evitando que la temperatura subiera en exceso.
 Al despuntar el alba, Los dos chicos marcharon a la ciudad en busca de las medicinas que podrían ayudar a Saúl. Saquearon en farmacias, cogieron todo lo que les pareció que podría ayudar, también visitaron el hospital. Y sus propias casas. Aquello fue muy desagradable, volver a la ciudad era siempre desagradable, pero ir al hospital lo era en extremo.
Los recuerdos disparaban el dolor de sus pérdidas, sus mentes eran incapaces de evitar recordar sus vivencias allí. Recogieron rápido lo que buscaban y salieron lo más pronto que pudieron de allí.
 Carla leyó los prospectos de los medicamentos, con atención, los muchachos habían recogido todo aquello que rezase como pediátrico. También vendajes y jeringuillas. Recordaban que sus madres les habían dado las medicinas en jeringuillas y les pareció también importante.
Carla decidió darle al pequeño ibuprofeno y amoxicilina; esperando acertar la medicina y que Saúl mejorara, pero se sentía muy mal y muy asustada, todas las medicinas tenían posibles efectos adversos terribles. Si se equivocaba y algo malo le sucedía al niño, ella no podría perdonárselo.
 Dedicó tres días con sus noches al pequeño Saúl, la fiebre se iba a ratos, pero reaparecía a las pocas horas. Ella no se separaba del pequeño, lo tocaba constantemente y preparaba sus medicinas en las jeringuillas. Saúl, en sus ratos buenos jugaba con ella, para él era como su mamá, una nueva mamá, que lo cuidaba y jugaba con él.
Saúl lloraba mucho cuando lo encontraron el Yayo y ella misma, pasó muchos días llamando a su mamá, pero ahora ya hacía semanas que no la mencionaba. Cuando se notaba mal llamaba a Carla, él le decía Teta, igual que a Ricky le llamaba Tete.
 A cuarto día la fiebre se marchó, y Saúl parecía completamente curado, todos se alegraron mucho por ello, felicitando a Carla por haber manejado la situación tan bien. Pero ella no estaba del todo contenta, y fue Yayo Cristian quien se dio cuenta de que algo le ocurría a su querida nieta.
 -Carla, ¿Qué te ocurre cariño? ¿Qué te preocupa ahora? ¿Es que el niño no está bien? Lo has hecho muy bien, se ha recuperado gracias a ti-Cristian le hablaba así a Carla, intentando animarla.
-Yayo, las medicinas son peligrosas, y también durarán muy poco. Siempre habrá algo que curar. Creo que hasta el momento hemos tenido mucha suerte de no tener más que algún corte o arañazo, pero, ¿Cómo curaremos cosas más serias? Las medicinas no durarán siempre.- Así le expuso Carla su preocupación.-Nada de esto durará siempre, pero por ahora es lo que tenemos, somos pocos, y hay suficiente de casi todo- dijo el abuelo.
-No me has convencido para nada, Yayo- contestó Carla a aquellas palabras, con el ceño fruncido. Aquello no era ninguna solución y el abuelo lo sabía, pero ¿qué podía hacer?-Yayo, hace poco leí un libro, uno que me prestó mamá, era de gente de la prehistoria, no tenían tampoco mucho, y en él la protagonista curaba a sus compañeros de tribu con plantas medicinales. ¿Tú crees que podríamos cultivar esas plantas y usarlas? Claro que habría que aprender cómo usarlas y como prepararlas para que fuesen medicinas y no solo plantas- Carla iba exponiendo así su línea de pensamiento en voz alta.
-Esa es una gran idea Carla, yo no conozco esas plantas, pero si tú te encargas de estudiarlas  y de preparar los remedios. Si tú averiguas cuales son y me lo muestras, yo podría cultivarlas para ti. Te puedo hacer un huerto medicinal, - Yayo Cristian le prometió su ayuda, se sentía más animado pues había algo que él podía hacer para ayudar a su nieta en aquello que claramente la estaba atormentando.

-¡Sí Yayo! Aprenderé a curar con plantas, leeré los libros de la biblioteca, los de mi madre y si es necesario los del hospital, no quiero sentirme tan frágil la próxima vez. Carla cambió su ceño fruncido por un reluciente brillo en los ojos, su vida había tomado ya un rumbo. Su abuelo sabía que sería una gran médica, lo había hecho muy bien y lo haría mucho mejor. Y tenía razón, habría enfermos y accidentes que requerirían conocimientos y medicinas.

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