viernes, 6 de noviembre de 2015

Pandemia. Fin de la primera parte.

Pandemia. Fin de la primera parte.

Cristian paró a descansar en la coqueta granja que le había hospedado  meses atrás, aunque ahora ya no parecía tan coqueta
Era una pequeña granja familiar, sus dueños eran una bonita familia a la cual le gustaba mucho tener animales, y que apenas sobrevivían económicamente hablando de aquella explotación, pero estaban felices de vivir así, tenían un niño de unos doce años, la edad aproximada de los nietos de Cristian. Que se había criado en la granja, conocía bien sus tareas y le gustaba estar con los animales. Cristian pensó que el niño quizás si estuviese vivo, por lo que había observado, los niños no enfermaban del virus.
Cuando llegó a la propiedad, esta parecía dejada de la mano de Dios, Cristian supo que la pandemia también había llegado a aquella casa. La familia que lo había acogido no la tendría en aquel estado de estar las cosas bien. Amaban aquel trocito de mundo que ellos  creían era suyo.
Cristian entró en las pocilgas y vio que los animales estaban sueltos, aunque no se habían ido. Los dueños debieron soltarlos para que no murieran de hambre allí encerrados. Pero Cristian vio agua limpia en los abrevaderos, alguien se había encargado de rellenarlos, y quizás por eso seguía habiendo animales por allí. Seguramente sería el pequeño de la casa. Cristian se puso a buscarle.
Al poco le encontró cerca del pozo, la propiedad estaba alejada de la urbe, y un pozo excavado en la misma les proporcionaba agua. El agua era potable, y ellos la usaban para todo excepto para beber, que compraban agua embotellada, como prácticamente todo el mundo.
-Hola David. ¿Cómo te va?- dijo Cristian al ver al chico.
David primero se asustó un poco, pero al punto reconoció a Cristian, había vivido unas semanas en su casa, le había ayudado a su padre a cosechar el pequeño maizal y los tomates. Recordó que Cristian sabía mucho de cultivos.
-¡Cristian!- El chaval saltó de alegría al ver al hombre amable que conocía. Corrió y se le echó al cuello. Cristian el devolvió el abrazo y el muchacho se deshizo en sollozos. Contándole como su madre le dejó primero, como su padre enfermó después, y él se quedó solo, llevaba solo casi un mes. Él había soltado al ganado, porque no les podía cuidar a todos.
David y Cristian descansaron y comieron en la casa, David no había pasado hambre, su despensa rebosaba de cosas, su madre había hecho conservas de los tomates y pimientos del huertecito, Y embutidos de la matanza. Mermeladas de los higos de la higuera, y otras cosas, que muchos decían antiguas. Ellos habían sido considerados una familia extraña para los tiempos que corrían, los habían tachado de raros, de antiguos, y muchas otras cosas más desagradables. Pero lo cierto era que David estaba perfectamente abastecido y se sabía cuidar solo. Pero no quería estarlo, no quería estar solo. Cuando Cristian le pidió algo de comida para su viaje, David se sintió mal, porque había creído que se iba a quedar con él en su granja.




-¡Saúl! ¡Pequeño! Vamos a ver cómo está el Tete, hay que darle agua o zumo, para que se ponga bien, ¡Ven Saúl! ¡Ven!-
Carla llamaba alegre a su primo pequeño para llevarlo a ver a su primo mayor, Estaba enfermo, pero parecía luchar por salir de aquello. Tan solo tenía 13 años, uno más que ella, la enfermedad no tendría que haberle atacado, pero no fue así, los chicos y chicas que enfermaban a veces se curaban y a veces no. Tan solo podían intentar contener la fiebre altísima que daba y mantener hidratado al paciente. Ricky no hubiera tenido opción de no ser por la llegada del yayo Cristian.
-¡Saúl! ¡Saúl! ¿Eres tú pequeño? ¡Estás bien!- Ricky gritaba de alegría al escuchar la voz de su prima y al pequeño. Se había temido lo peor, pero el bebé estaba bien, y ¡Carla! También estaba bien.
Ricky había ido antes a de enfermar varias veces a su casa pero nadie le abría la puerta y había llegado a temerse lo peor.
-¡Carla! Estás viva, fui a por ti, pero no te encontré-
-Estaba escondida en el armario, muerta de miedo, no abría a nadie, ni escuchaba nada. Solo sentía pavor y me escondía.-le explicó su prima.
-Y ¿por qué estás aquí ahora? ¿Y tan bien? Me alegro mucho de que lo estés y de que cuidaras de Saúl y de mí. Gracias Carla, muchísimas gracias- Ricky le dio un fuerte abrazo a su prima, sentía que le debía su vida y la de su hermano. Tenía ganas de llorar, se había sentido tan mal al no encontrar a Saúl. Como si no le quedase nadie en este mundo y hubiese fallado en su último encargo a su padre.
Carla empezó a explicarle a Ricky que no era su mérito, que nunca hubiese salido de su piso a no ser por…Pero en aquel momento el Yayo Cristian llegaba, cargado de verduras y frutas frescas.
-¡Hola Ricky! ¡Me alegro mucho de verte de pie!- le dijo Cristian a su nieto mayor.
-¡Yayo, Yayo! ¡Estás vivo!- Ricky salió corriendo a abrazar a su abuelo. No lo había visto desde el nacimiento de Saúl, pero se alegraba tanto. Lo quería mucho. Habían estado muy unidos, y sintió mucho que se marchara, pero ahora estaba allí, ¡vivo!, y traía comida, como había sido su costumbre de siempre. Y sabría cómo salir de aquella situación airoso. Si alguien tenía idea de cómo sobrevivir con muy poco, era persona esa su abuelo. Su abuelo le había enseñado cómo funcionaba el campo. Pues le gustaba cultivar cosas en un pequeño huerto que había sido su gran afición desde siempre. También le enseñó a pescar, él lo consideraba un gran pescador, el mejor. Con su yayo había aprendido el nombre y forma de los peces y también de muchas plantas y las que no eran buenas o incluso algunas venenosas.
Al despertarse no sabía cómo acabaría el día y se temía que muy triste, pero no podía ir mejor, de momento tenía a Saúl, a Carla y al Yayo. Su alegría era muy grande, pero nunca le duraba mucho y enseguida su cerebro práctico empezó a funcionar.
-Yayo, hay muchos, muchísimos niños solos, yo les he estado ayudando, cuando estaba bien, pero no puedo solo. Son demasiados. Tampoco puedo no ayudar a nadie, necesitan mucho la ayuda. Yayo, ¿qué vamos a hacer?
Cristian los había visto, y los había auxiliado en sus más básicas necesidades, y había pensado mucho en esto. En su largo viaje desde la otra punta del país. Cambiando de coche al agotarse el depósito, los había visto. Por todos lados había niños y niñas solos, tenían hambre y frio. Y no sabían cómo actuar. Él los había auxiliado, pero sabía que era muy poco. Pero, egoístamente pensaba en sus nietos, y no se detuvo apenas en ningún sitio.
La práctica ausencia de adultos había colapsado todo, sin gente para trabajar y hacer funcionar las ciudades, la energía no llegaba, y sin electricidad todo el mundo globalizado se había quedado aislado, sin información, sin conexiones. Él había recorrido casi mil kilómetros para volver a su casa, y en todas partes era igual. ¿A cuántos alcanzaría aquel mal? No había forma de saberlo, móviles, tabletas y ordenadores, que nunca había aprendido a usar, quedaron inútiles y sin sentido de ser.

Aunque Cristian no había dejado a todos los niños a su  suerte, había rescatado a uno, que se había llevado consigo a David, no pudo abandonarlo con su soledad, y David podía ser mucho más útil que carga.

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