jueves, 9 de junio de 2011

Esta es una historia real.

El protocolo versus el sentido común.

 El sentido común debería ser prioritario en ocasiones particulares, mejor dicho siempre debería ser prioritario, el problema es que la mayoría de la población humana tiene el trastorno de “déficit de sentido común”, y por esto mismo se crean protocolos. Una serie de normas y pasos a seguir en determinadas situaciones que se tienen que resolver, y ya no tenemos que pensar como hacerlo. Muy útil donde se concentra cantidad de gente por lo general bastante diferente y por obligación, más bien.
  ¿Podríamos definir así  a un Instituto público? Yo creo que sí. Donde por supuesto hay protocolos, y esta es la historia:
 Era un bonito día de primavera, que ya os digo yo que la sangre altera y mucho, y prácticamente la totalidad del alumnado estaba de excursión, con prácticamente la totalidad del profesorado que iban de pastores. Pero prácticamente la totalidad implica que un pequeño resto no fue, ¿y porqué no fue? Imaginaros el porqué, por que eran lo mejorcito de lo mejorcito del instituto y los malvados profesores les habían prohibido ir.
 Prácticamente la totalidad del profesorado también implica que no fueron todos, porque alguien tenia que cuidar de las ovejas descarriadas, y esos pastores abnegados se llaman “profesores de guardia” y allí estaba yo, de guardia. Durante aquella hora me dedique a recoger chiquillos desperdigados por el instituto y meterlos en la biblioteca, donde no iban a hacer nada, pero es lo que manda el protocolo.
 Estos chicos y chicas, desastrosos para los estudios, son obligados a escuchar clase tras clase lo inútiles que son (para las clases), profesor tras profesor, que inconscientemente pero de forma imperturbable y continua, con sus palabras y sus gestos incomprensibles para ellos, les hacen sentir menos, hay poco que esperar de ellos y por eso se portan mal y no van de excursión.
 Pero llega un día, un día especial, con circunstancias especiales, como que  no están sus  profesores, poco alumnado, como el día  de que os hablo. Y no hay mucho que hacer, es un aburrimiento, así que intentan escabullirse al patio, a la cafetería, romper la rutina absurda de estar encerrados en un aula, hora tras hora, sin nada que hacer. Un día que por otro lado era precioso, radiante.
 La señora de la cafetería, lejos de mandarlos a sus tediosas aulas sin profesor y acabado el patio, les pidió que le ayudasen. Y estos chavales lejos de mandarla donde me mandan a mí, más de una vez, aceptaron gustosos  su propuesta y se pusieron a ayudarla con tareas de limpieza. Por supuesto nada que fuese a partir la espalda, barriendo, limpiando los taburetes y las mesa, algunos cristales.
                                     
 Y en esto llego  a recoger “el rebaño” para meterlo en la biblioteca otra hora no  haciendo nada, pero hablo con la señora del bar, sorprendida yo de que hubiera conseguido voluntad y esfuerzo donde yo no lo logro. Decidí pues, que viéndolos  a gusto, con un poco de autoestima, que nunca les sobra y no molestando a la señora y ante la alternativa de no hacer nada, decidí dejarles trabajando e informar a los compañeros de guardia.
 ¡OH DIOOOOS! ¿QUÉ HABÍA HECHO?
 Para mi asombro en una de mi compañera se desataron las Iras del Infierno. Oyéndola vocear se diría que poco menos había matado a alguien por no seguir el protocolo y no llevarlos a la biblioteca.      
   
- ¡POR FAVOR! ¡LO QUE ME FALTABA POR VER! ¡ALUMNOS  LIMPIANDO EL BAR! _ Así gritaba, como si hubiese visto el más terrible de los pecados. Sus gritos iban dirigidos al profesorado en general, pero yo los sentía contra mí.  Allí en la sala éramos unos pocos profesores, nadie osó llevarle la contraria. Sus argumento fueron correctos, los alumno no deben estar en el bar en horas de clase, (pero no tenían clase) los alumnos tienen que estar con sus profesores (pero no estaban), o con los profes de guardia, (con quien no hacen nada, en la biblioteca) Si los padres se enteran ¿qué lío podremos tener?


¿Qué harán los padres? Si supieran que ante la alternativa de tocarse las narices han hecho algo útil, y que les ha valido ganarse un helado por sus propios méritos. ¿Qué dirán los padres?                     






 No hubo posibilidad de razonar, ni discutir, ni replicar, la ley, el protocolo y el “no quiero problemas” cayó como una losa y los chicos fueron llevados a la tediosa biblioteca, otra vez, privándoles se su ratito de satisfacción personal, y cumplimos con nuestro trabajo.


 Pero yo sentí aquel día que mi hermoso trabajo había perdido mucho de su encanto. Que no habíamos hecho lo mejor par los niños, sino  lo más fácil para los profesores, para el centro, para la sociedad. Sentí morir el espíritu  de esfuerzo, la autoestima de los muchachos, las propuestas imaginativas, sentí que ya no existía el sentido común, sentí que había perdido el norte de lo que era conveniente y bueno, sustituyéndolo por lo que dicen las normas.
 Las normas que son correctas y están diseñadas para situaciones habituales, falta algún profesor, alguna hora y hay que garantizar el normal funcionamiento del resto, pero absurdas en una situación tan peculiar y extraña.
Cuando el sentido común es sustituido por un protocolo, que se aplica a cualquiera que sea la situación, se producen consecuencias, quizás imperceptibles al momento pero desastrosas a largo plazo.
Porque pensar, pensar… pensar es tan peligroso, tan impredecible, abre tantas posibilidades, es difícil de manejar. Lástima que sea la única forma de avanzar, de vivir de verdad, y a veces tiene que romper los protocolos, y si se pierde contra estos la derrota es grave.
¿Quién pierde? Todos pierden
¿Qué aprendieron los chavales?  Que no pueden ni siquiera ayudar a los demás.
¿De qué sirvió la biblioteca? De celda donde esconder el problema.
¿A quién benefició el protocolo? A mi no, ni a los niños, ni a la señora de bar.
¿Por qué?


Junio de 2011.
V. María Bosch

2 comentarios:

vmaria dijo...

Pareixeria una historieta de les que parodia Jose Mota en els seus gags, pero lo terrible és que és veritat.

Sergio dijo...

Esta está muy chula...no conocia yo esta anécdota.Muy buena!!!