martes, 2 de agosto de 2016

La fiera ataca

La fiera ataca.
El verano estaba en su punto más caluroso, a pesar de no haber sido cultivados correctamente los arrozales tenían muchas plantas con grano, se podrían cosechar en poco más de un mes, eso les proveería de cereal para el invierno.
Javi y Carla, ya más reconciliados, habían llevado al pequeño Saúl y unos cuantos niños más, pequeños como Saúl, a la playa. Aquel día era en extremo caluroso. Los montaron en uno de los carros y engancharon dos yeguas y se fueron a disfrutar un poco del mar. Llevaban diez  niños en total, ellos dos de cuidadores, y a última hora Ricky decidió unirse también a la excursión, así podría pescar en el mar.
La playa estaba increíblemente limpia, para no limpiarla nadie, cierto también que nadie la ensuciaba. El agua estaba cristalina, la arena fina bajo los piecitos desnudos de los chiquitines era una delicia.
 Ricky inmediatamente desplegó su equipo de pesca; el equipo de pesca era una pasada, porque Ricky había cogido de la armería las mejores cañas, aparejos, etc., asesorado por su abuelo, así que, contrastaba toda aquella tecnología con el ambiente casi salvaje que se respiraba allí.
Los críos se dispersaron por la playa, correteando y chapoteando, Carla jugaba con ellos, Javi se mantenía alerta, después de lo del León, siempre había que vigilar. Pero sus ojos iban irremediablemente a la persona de Carla, que corría y jugaba con los pequeños como una más, aunque  él no veía allí a ninguna niña, el veía la felicidad, a pesar de lo ocurrido, mirar a  Carla le producía una extraña mezcla de sentimientos, ternura, ganas de abrazarla, algo en el estómago que no conseguía definir y placer. Estar cerca de ella, su olor, su voz, su pelo alborotado, sus ojos verdes como el mismo mar, tan expresivos siempre. Se sentía mucho más vivo  cuando la sentía cerca, fue horrible cuando ella lo evitaba. Ella era sencillamente maravillosa.

Carla corría arriba y abajo con los críos, Ricky les había fabricado unos  pequeños arpones, para lanzárselos a los peces de la playa que nadaban muy cerca de la orilla. A los más pequeños como Saúl solo les hizo el palo sin punta, pero a los que tenían 4 o 5 años les dio una herramienta y les enseñó cómo usarla. Aunque él no creía que cogerían nada, pero así practicaban algo útil mientras jugaban.
 Y tanto que practicaban, estaban todos metidos  hasta su cintura, lanzando arponazos a mar entre ellos, había una chiquilla, de unos cinco años que se lo tomaba muy en serio, Carla la observó un rato, Cris se quedaba muy quieta y concentrada antes de lanzar, a punto estuvo de pillar alguna pieza.
De repente Javi detectó el nerviosismo de las yeguas. Pandora y Canela eran animales tranquilos, se encontraban sueltas del carro que habían arrastrado hasta allí, pero cerca de los chicos, y de pronto estaban muy excitadas. Javi se puso alerta  avisó a grupo de que algo sucedía.
Carla llamó  a todos los niños y niñas que estaban arponeando en el mar y Ricky también los llamó. En lo alto de la duna de arena divisaron la melena rojiza que había inquietado las yeguas, Javi estaba ya montado en una de ellas y quería llegar hasta Carla, la otra lo seguía.
-         - ¡Carla monta! ¡No puedes sacarlos a todos!- Le gritaba Javi.
-          -¡No, tengo que sacarlos! ¡No puedo dejarlos!- Carla corría con todos los críos detrás, y Saúl  que era el más pequeño montado a caballito suyo.
-         - ¡Monta con Saúl y vayámonos! ¡nos cogerá a todos si no montas!- insistía Javi.
El león les acortaba la distancia, ellos corrían hacia la zona de casas, se encontraba en una zona de veraneo, y la población llegaba a orillas de la playa, quizás  pudiera  refugiarles en la urbe si llegaba.
-         - ¡Corred, corred!- Carla les gritaba a los pequeños, no dejaba ninguno atrás, pero el león estaba ya cerca, y de repente la pequeña Cris se paró.
-          -¡NO! ¡Cris, cooorre! ¡Corre pequeña!- Gritaba desesperada Carla.
La  niña llevaba el arpón en sus manos todavía, se paró, calculó y lanzó su arma a la fiera.
El león no era un pececillo escurridizo, era un blanco más grande, y el arpón le acertó en una de sus patas. La fiera se sorprendió, no esperaba defensa de una presa así, el arpón lo hirió pero de forma leve, aunque eso lo detuvo un momento dándoles a los críos la ventaja suficiente para alcanzar la zona residencial
Mientras el león se lamía la herida y sopesaba las posibles presas a seguir, Ricky también alcanzó la pequeña población, recordaba que había en ella una tienda, “el reino de Neptuno”, de artículos de pesca, que tenía un figura de Neptuno con un tridente imponente, quizás lo pudiera coger.
El león herido, ya no corría tan rápido, pero había decidido  ir  a por Carla, que llevaba a Saúl  y otro niño pequeño. Carla había dispersado a los chiquillos por las calles de la zona residencial, para que buscasen donde esconderse. El león tendría que elegir, y la escogió a ella. No encontraba ningún edificio abierto, todo estaba cerrado y enrejado allí. Al final de la calle había una camioneta, quizás se pudiesen montar dentro. El león les seguía cojeando, pero sin pausa.
Carla alcanzó la camioneta, no podía abrirla, el león la alcanzaba, así que metió a los dos críos debajo del vehículo y les ordenó no moverse de allí hasta que ella los recogiera
Los niños estaban asustados, pero le hicieron caso, Carla llamó la atención de la bestia sobre sí, para que dejase en  paz a los pequeños, pero el león no picó, su presa estaba allí, el más débil, y se paró junto a la camioneta. Pero estaba demasiado estrecho el hueco entre sus bajos y el suelo,  y no podía entrar, y sus zarpas no llegaban a los críos.
Los pequeños lloraban inmóviles, paralizados de miedo, justo donde Carla había dicho.
Ricky había conseguido el tridente, era de vedad, sus puntas de acero estaban afiladas, era una buena arma. Había visto a Carla con Saúl a cuestas, debía llegar a ellos enseguida. Ricky sabía que solo tendría una oportunidad, oía a Carla gritar para que el león la siguiera, pero igual que él tenía la brisa en contra, y el león no les olía, aquella era una ventaja, le hizo una mueca a  Carla para que se callase, sorprender al animal era vital. Carla a verle con el arma se calló, per estaba muy angustiada, su plan había fracasado, lejos de dejar a salvo a los niños les había expuesto más y temía que saliesen de su refugio. A Saúl le fascinaban los leones, ella le contaba el cuento del rey león mil veces, tenía uno de juguete, no estaba convencida de que no fuera a salir para tocar a león. Aunque Saúl estaba aterrorizado debajo de la camioneta, aquella bestia no se parecía en nada a Simba, ni a su juguete, ni la situación  era similar al cuento, a Saúl no le gustaba nada aquel león malo y lloraba llamando a Carla y a Ricky, pero sin moverse de su sitio, como Carla le había dicho.
Aprovechando su ventaja, de ir contra del viento, Ricky pudo acercarse a la bestia, obcecada con los críos, calculó donde seria mortal su golpe, pensó que en el centro de la espalda, quizás un poco más arriba, si le daba con fuerza llegaría al corazón.
Se acercó con sigilo  clavó el tridente acertando en el punto que él quería. El monstruo rugió con fuerza y se volvió, Ricky retrocedió levantando los brazos para protegerse, aun así, el león le alcanzó en su brazo izquierdo y el zarpazo hirió a Ricky que salió corriendo. El león intentó levantarse pero ya no pudo, la sangre brotaba de su espalda y su respiración se iba haciendo dificultosa.  Rugió por última vez, sin quererse rendir, pero al final su cuerpo se desplomó. Como un toro de lidia tras el estoque mortal. Aunque Ricky nunca había visto una corrida de toros, había protagonizado una, con una finalidad muy distinta a la de matar por diversión. Pues, si algo no había sido todo aquello era divertido.
Ricky había corrido unos metros, hasta que el dolor de brazo llegó a su cerebro, momento en el cual se permitió el lujo de mirar la herida. Su propia sangre y la carne desgarrada que colgaba de su brazo, hicieron que, junto con el creciente dolor, Ricky se desmayara.

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