Tercera
parte (nueva amenaza)
Ricky estaba escondido entre las cañas y el
arroz, aquella mañana un grupo numeroso se había desplazado al Pedrusco, que se
levantaba como una anomalía en la planicie de los arrozales. Cerca del pedrusco
existían dos manantiales de agua dulce, fría y cristalina. Pero no habían ido a
por el agua, habían salido de caza, por decirlo así. Lo hacían de vez en
cuando, pues los animales que habían vivido en las granjas, al perder a sus
cuidadores, se habían escapado, pero no se habían ido lejos, y acudían tarde o temprano a beber al manantial.
El grupo de caza lo que hacía era esconderse
y esperar, y luego cercaban al cerdo, por lo general, y lo cogían.
Posteriormente lo llevaban a una de las
granjas como las que cuidaba David o Sonia. Lo animales, por lo general,
habían convivido con personas y se dejaban coger con relativa facilidad.
Los “cazadores” tampoco disponían de
verdaderas armas de caza, el Yayo Cristian no había puesto muchas normas, pero
había puesto una muy importante, las armas de fuego estaban totalmente
prohibidas. Era pecado solo con tocarlas. Así que los chicos tampoco tenían mucho
con que cazar, disponían de su inteligencia, su número, su rapidez de reflejos,
y quizás algún que otro palo. Y tampoco les iba tan mal, pues en verdad por
allí no había grandes peligros.
Carla también había salido con la partida de
caza, le gustaba mucho ir al manantial, y necesitaba despejarse, un poco de
aire fresco, tanto estudiar en los libros también la cansaba, por mucho que le
gustara lo que aprendía. Hacía unos días que se sentía mal, no solo físicamente
sino también en su ánimo, estaba como enfadada, como molesta con todo, pero no
sabía por qué, se sentía como una extraña, y de repente le dolía mucho la
tripa. Aquella mañana se sentía decaída y agotada, pero el día era largo y
quedarse quieta, lamentándose no la iba a hacer sentir mejor, y por ello se fue
a la cacería. Pero de repente ya no quería estar allí, y ahora ya no podía
regresar, no hasta que cobrasen pieza. En realidad podía hacerlo, pero no se
atrevía a ir sola, todavía se asustaba con mucha facilidad.
Sintió una humedad pegajosa entre las piernas
y se fue rezagando del grupo, cuando vio la sangre supo que le estaba
ocurriendo, el paso natural del tiempo. Su primer periodo había decidido
presentarse allí, en medio de los campos, y de una cacería. Había leído del
mismo, se lo habían explicado en la escuela, pero toda aquella teoría distaba
muy mucho de lo que ella sentía en aquel
momento.
Menudo momento había elegido, pensó Carla.
Aunque si hubiese tenido a una mujer cerca le hubiese dicho que eso le iba a ser así casi por norma. Pero
como no la tenía, pues fue el tiempo y la experiencia quien se lo enseñó.
Ricky había detectado la ausencia de su
prima, aquello no era propio de ella, alejarse del grupo, algo le ocurría,
seguro.
La partida de caza disponía de un centinela
en el mirador de la ermita que había sobre el Pedrusco, la única elevación
natural del marjal. Desde allí se dominaba todo el terreno de arrozal desde la
ciudad hasta el mar, con un sencillo sistema de espejos el centinela avisaba a
los cazadores de alguna anomalía en las hierbas altas, donde podría haber un
animal.
Los cazadores se alborotaron al ver las
señales del centinela, había presa cerca, Carla les oyó y salió de su autocompasión
al encuentro del grupo, Y se topó con Ricky que ya venía en su busca.
-¿Dónde estabas? ¿Por qué te retrasas?-.Le
preguntó Ricky algo preocupado.
-Por nada, ya estoy aquí ¿No? Venga, hay
presa, tenemos trabajo- Ella le contestó cortante, algo borde también, no quería
hablar con él en ese momento, el barullo del grupo la sacó del apuro
momentáneo.
Ricky tampoco quiso hablar más del tema, no era
normal que Carla le hablara así, él no le había hecho nada, solo se había
preocupado de ella. Se sentía molesto con su prima, pero la prioridad era coger
el bicho que se escondía entre la hierba.
David que había sido designado centinela
aquel día mandaba señales para indicar al grupo hacia donde debía dirigirse,
los cazadores se abrieron en abanico, como siempre hacían. Para acercarse al
animal por todos sus flancos, acorralando a su presa. Pero había algo que no
cuadraba aquel día, el sonido, el sonido incómodo y penetrante, el zumbido
incesante molesto y asqueroso de un enjambre de moscas enloquecido, y con el
sonido el olor, un olor conocido por todos, un hedor nauseabundo, ¡MUERTE!
Los chavales se asustaron, algunos estaba a
punto de echar a correr, pero Ricky intervino justo a tiempo de que el pánico
los dominara. Todos conocían el olor a muerte, todos habían sufrido mucho,
aquel hedor traía fantasmas a sus mentes infantiles aún, pero golpeadas ya con
contundencia por la vida, en su versión más cruel.
Ricky tomó la iniciativa, les pidió que
aguardasen en su posición y él iría a ver
que había allí.
Al adelantarse decidido, los demás niños y
niñas del grupo se armaron de valor y se pusieron en alerta. No convenía
relajarse, pero menos convenía ser presa del pánico, así había hablado Ricky.
Ricky avanzó, intentando apartar recuerdos
dolorosos de su cabeza, con el temor a encontrar un cuerpo querido. Pero al
apartar las hierbas que lo separaban del causante del hedor y la concentración de moscas, se relajó, era uno de los cerdos
que andaban por allí perdido. Una presa de las que ellos acechaban.
Aunque tras el suspiro de alivio al no
encontrarse con una persona, su mente rápida y pragmática volvió al estado de
alerta. Aquel animal no estaba simplemente muerto, había sido cazado,
despedazado y parcialmente devorado. Pero, ¿qué podía haber causado aquel
destrozo? Debía ser grande, con garras fuertes y dientes capaces de desgarrar
como cuchillos.
Ricky lo entendió rápido, ya no eran los únicos
cazadores de la planicie. Y lo más grave, ahora podían ser también presa.
Tenían una fiera cerca, quizás más.
Llamó a sus compañeros, les dijo rápidamente
que fueran a mirar, que no era una persona muerta.
Los cazadores se acercaron y observaron su presa
destrozada por otro animal, otro cazador, mucho más violento, mucho más
agresivo y mucho más peligroso.
Ricky no se había sentido antes amenazado por
nada, aparte de la enfermedad, él era el pescador, él era el cazador. De forma
natural en la planicie no existía nada que pudiese dañarles. Aquella debía ser
alguna bestia escapada del zoológico que
había en la Capital. Estaba lejos de su zona, pero algunas fieras controlan
extensiones de territorio más amplias de lo que había de su ciudad a la
capital.
Era un grave problema, igual que había
atacado al cerdo podría atacarles a ellos. Los desgarros de la carne del
gorrino indicaban que sus dientes eran poderosas armas de matar. ¿Qué bestia
sería? ¿Qué había en el zoo? Pensaba el incansable cerebro de Ricky. Tendría
que reunir más información para enfrentarlo con éxito.
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