2ª Parte. Nueva
sociedad.
Habían pasado unas
semanas desde que Cristian había reencontrado a sus nietos, por suerte, todos
ellos vivos. No así a sus hijos, ni a su querida mujer.
Lo primero que
hicieron fue salir del núcleo urbano y refugiarse en los campos. La ciudad era
un foco de infección, el campo estaba cerca, tenía muchos refugios y proporcionaba
alimento.
Sacaron de la ciudad
a todos los niños que encontraron. La ciudad no era muy grande, se encontraban
cerca de la costa. Se acercaba el verano, y Cristian sabía que era el momento
de resolver posibles problemas futuros. Aquel era un lugar privilegiado, pues
ni hacía mucho frío, ni mucho calor; aun así, había que prepararse. Cristian se
temía que el próximo invierno no sería
tan cálido como el anterior, pues ni había tanta gente, ni tantos coches, ni
tantas calefacciones, ni nada de todo aquello que mantenía a las urbes a unos
pocos grados por encima de la temperatura de fuera de la ciudad. Y recordaba,
de cuando era un niño, como los hombres
tenían que romper las placas de hielo, para pasar sin resbalar con sus
carros y sus animales.
Sabía que sin
cuidados las calles, carreteras y caminos se deteriorarían rápidamente. Y que
la maleza era una gran conquistadora de territorios, rápida y voraz.
Para resolver los
problemas y prepararse para los venideros. Cristian disponía de una enorme
tropa de niños y niñas, una decena o así de adolescentes, y él mismo.
Lo primero que hicieron
fue buscar a todas las personas vivas en la ciudad. También buscaron hogares
fuera de ella, en los campos de alrededor, por suerte, era una ciudad de
tradición agrícola, con muchas casitas, naves y refugios, había por doquier,
muchas de aquellas construcciones habían sido "ilegales”, se
construyeron sin permisos, y no tenían
ni agua de la red, ni electricidad de la red. Pero ello fue una ventaja, pues
la red, sin gente, había quedado inútil. Pero los pozos y las placas solares
hacían confortables aquellas edificaciones, otrora de uso agrícola o meramente
recreativo.
Estos refugios
estaban dispersos, entre hectáreas de huertos y arrozales, y muchos eran pequeños,
aunque algunos eran grandes, se usaban para secar el arroz al sol, y tenían una
gran capacidad.
Cristian y Ricky
conocían muy bien el territorio, Cristian se había criado entre campos de arroz
y naranjales, Ricky había recorrido todo el término junto a su abuelo, buscando
buenos sitios de pesca, y frutas para calmar la sed en el calor intenso del verano.
Había un pequeño
huerto al que Cristian le había dedicado muchas de sus horas, había sido un
pequeño vergel de frutales y verduras de todo tipo, que cultivaba por puro
placer en sus horas libres. Ricky le había ayudado dentro de sus posibilidades,
pues era un niño tan solo, y aunque tras los dos años de abandono ya no estaba
igual pronto lo arreglaron, y allí se trasladaron a vivir, una vez que Ricky
salió de las garras del virus. En el huertecito solo había un cobijo por si llovía,
pero en el terreno del que fuera su vecino, había una casita muy bonita,
perfectamente habitable y que ellos habitaron. La familia consistía en Ricky,
Carla, el pequeño Saúl, Yayo Cristian, y el adoptado David.
Allí, en su refugio
decidieron cómo sacarían a los niños y niñas de la urbe, y donde los pondrían a
vivir, buscándoles, igual que a ellos,
casitas de campo donde estuvieran protegidos y relativamente cómodos.
Sacaron más de un
millar de personas de la ciudad, chicos y chicas que a pesar de su corta edad,
menos los bebés claro, todos estaban dispuestos a hacer lo que se les pidiera,
Cristian se había convertido en el abuelo de
todos ellos. Era el único adulto, y confiaban ciegamente en él para
sobrevivir, al fin y al cabo él y sus nietos habían ido a buscarles para
ayudarlos.
Así que no fue
complicado convencerlos de que había que abandonar la que hasta ese momento fuera
su casa. Que había trabajo duro por delante y que todos debían de colaborar
para sobrevivir. Algunos habían pasado mucho miedo y mucha hambre. La familia
de Cristian lo sabía, por ello llevaba alimentos cada vez que entraba en la
ciudad en busca de chavales, para que
confiaran en ellos.
Lo primero que
Cristian explicó a su tropa de chiquillos fue a que el alimento ya no iba a
florecer en su nevera, que alimentos habría siempre, pero que había que ir a
por ellos, ya no los podrían sacar ni de un tetrabrik, ni de un envoltorio de
plástico ni de una caja de cartón. La
comida estaba viva por ahí y había que recogerla, prepararla y trabajarla. A
muchos niños les costaba concebir que la comida no estuviera procesada, nunca
se habían preocupado de la procedencia de la misma, simplemente estaba en las
baldas del supermercado, así sin más. Era una cuestión de la comunidad entera
proporcionarse comida.
Se hizo una lista de
tareas que eran necesarias para la supervivencia y equipos para desarrollarlas
con eficacia.
La mayoría de los
niños no sabía nada de campos, ni pescar ni cazar, nada de nada que no saliese
por una pantalla. A pesar de ser un sitio bastante ligado a la agricultura,
ellos habían sido como arrancados por sus padres de aquella cultura. La
tecnología había invadido también las plantaciones y eran al final pocos los
hombres y mujeres que se necesitaban para aquellas tareas, y socialmente
también hubo como un rechazo a este tipo de labor, como si fuera cosa de
paletos ignorantes. Con lo que a pesar de estar a unos metros de la comida, se
hubieran muerto de hambre de no haber sido rescatados. Y el hambre abre el
ingenio y la mente como ningún plan educativo habría conseguido jamás.
Pero algunos como
Ricky y David, habían tenido la suerte de tener algún abuelo o tío, o papá que
les mostrase el mundo y cómo funcionaba de verdad. Otros muchos como Carla, a
pesar de haber tenido un abuelo así, habían tenido unos padres superprotectores,
a los que todo les aterrorizaba y no los habían dejado ni respirar por sí
mismos.
David, sin embargo; conocía
bien las granjas y cómo funcionaban, algunos también sabían pescar, unos pocos
conocían algo de la caza de patos, pues era afición en el terreno, había también algún que otro que sabía de
caballos, pues este era un animal apreciado en la ciudad, no en vano había sido
motor de su economía durante años, antes de que los tractores y la maquinaria
agrícola los desplazaran. Ahora solo eran un entretenimiento, pero, por suerte
para los supervivientes, aun había caballos.
Estos chicos y chicas,
más campestres, fueron destacados como líderes de sus grupos. En cada refugio
se instaló a una familia, aunque no hubiese lazos de sangre, y si los había, se
respetaban. Con pequeños y grandes mezclados. La principal responsabilidad de
una familia era siempre cuidar de los más pequeños.
Si la comida era
fundamental, el agua era indispensable, Cristian conocía bien los acuíferos de
la zona, las fuentes y los manantiales. Había muchos, aquella era zona de
humedales. Recogerla y llevarla hasta los refugios era una tarea fundamental, y
se dispuso de un sistema de recogida, que consistía en destinar a un par de
habitantes de la casa a recogerla y mantener el habitáculo abastecido siempre.
En su viajar continuo
de los últimos años Cristian había parado en una granja autosuficiente y
ecológica, él había visto unas cocinas muy peculiares, que funcionaban con luz
solar. Había cocinas y hornos. Las cocinas eran una especie de
semicircunferencia de metal, en la que se enganchaban unas varillas a modo de
parrilla, como una suerte de antena parabólica, que se colocaba en dirección al
sol, reflejaba y aumentaba el calor recibido y podía cocinar lo que en la
parrilla se le colocase, los hornos eran aún más simples, se trataba de una
caja rectangular, forrada en su interior de material reflectante, que
concentraba el calor, y que podía estar enterrada o semienterrada. El sistema
no era rápido, pero era eficaz, y no necesitaba combustión ni tampoco ninguna
clase de combustible, electricidad o
demás tipos de energía, solo una que no les iba a faltar, el Sol.
Uno de los cometidos
de sus grupos de trabajo fue fabricar aquellas cocinas.
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