Pandemia. Fin de la primera parte.
Cristian paró a descansar en la coqueta granja que le
había hospedado meses atrás, aunque
ahora ya no parecía tan coqueta
Era una pequeña granja familiar, sus dueños eran una
bonita familia a la cual le gustaba mucho tener animales, y que apenas
sobrevivían económicamente hablando de aquella explotación, pero estaban felices
de vivir así, tenían un niño de unos doce años, la edad aproximada de los
nietos de Cristian. Que se había criado en la granja, conocía bien sus tareas y
le gustaba estar con los animales. Cristian pensó que el niño quizás si
estuviese vivo, por lo que había observado, los niños no enfermaban del virus.
Cuando llegó a la propiedad, esta parecía dejada de la
mano de Dios, Cristian supo que la pandemia también había llegado a aquella
casa. La familia que lo había acogido no la tendría en aquel estado de estar
las cosas bien. Amaban aquel trocito de mundo que ellos creían era suyo.
Cristian entró en las pocilgas y vio que los animales
estaban sueltos, aunque no se habían ido. Los dueños debieron soltarlos para
que no murieran de hambre allí encerrados. Pero Cristian vio agua limpia en los
abrevaderos, alguien se había encargado de rellenarlos, y quizás por eso seguía
habiendo animales por allí. Seguramente sería el pequeño de la casa. Cristian
se puso a buscarle.
Al poco le encontró cerca del pozo, la propiedad estaba
alejada de la urbe, y un pozo excavado en la misma les proporcionaba agua. El
agua era potable, y ellos la usaban para todo excepto para beber, que compraban
agua embotellada, como prácticamente todo el mundo.
-Hola David. ¿Cómo te va?- dijo Cristian al ver al chico.
David primero se asustó un poco, pero al punto reconoció
a Cristian, había vivido unas semanas en su casa, le había ayudado a su padre a
cosechar el pequeño maizal y los tomates. Recordó que Cristian sabía mucho de
cultivos.
-¡Cristian!- El chaval saltó de alegría al ver al hombre
amable que conocía. Corrió y se le echó al cuello. Cristian el devolvió el
abrazo y el muchacho se deshizo en sollozos. Contándole como su madre le dejó
primero, como su padre enfermó después, y él se quedó solo, llevaba solo casi
un mes. Él había soltado al ganado, porque no les podía cuidar a todos.
David y Cristian descansaron y comieron en la casa, David
no había pasado hambre, su despensa rebosaba de cosas, su madre había hecho
conservas de los tomates y pimientos del huertecito, Y embutidos de la matanza.
Mermeladas de los higos de la higuera, y otras cosas, que muchos decían
antiguas. Ellos habían sido considerados una familia extraña para los tiempos
que corrían, los habían tachado de raros, de antiguos, y muchas otras cosas más
desagradables. Pero lo cierto era que David estaba perfectamente abastecido y
se sabía cuidar solo. Pero no quería estarlo, no quería estar solo. Cuando
Cristian le pidió algo de comida para su viaje, David se sintió mal, porque
había creído que se iba a quedar con él en su granja.
-¡Saúl! ¡Pequeño!
Vamos a ver cómo está el Tete, hay que darle agua o zumo, para que se ponga
bien, ¡Ven Saúl! ¡Ven!-
Carla llamaba alegre
a su primo pequeño para llevarlo a ver a su primo mayor, Estaba enfermo, pero
parecía luchar por salir de aquello. Tan solo tenía 13 años, uno más que ella,
la enfermedad no tendría que haberle atacado, pero no fue así, los chicos y
chicas que enfermaban a veces se curaban y a veces no. Tan solo podían intentar
contener la fiebre altísima que daba y mantener hidratado al paciente. Ricky no
hubiera tenido opción de no ser por la llegada del yayo Cristian.
-¡Saúl! ¡Saúl! ¿Eres tú
pequeño? ¡Estás bien!- Ricky gritaba de alegría al escuchar la voz de su prima
y al pequeño. Se había temido lo peor, pero el bebé estaba bien, y ¡Carla!
También estaba bien.
Ricky había ido antes
a de enfermar varias veces a su casa pero nadie le abría la puerta y había llegado
a temerse lo peor.
-¡Carla! Estás viva,
fui a por ti, pero no te encontré-
-Estaba escondida en
el armario, muerta de miedo, no abría a nadie, ni escuchaba nada. Solo sentía
pavor y me escondía.-le explicó su prima.
-Y ¿por qué estás
aquí ahora? ¿Y tan bien? Me alegro mucho de que lo estés y de que cuidaras de
Saúl y de mí. Gracias Carla, muchísimas gracias- Ricky le dio un fuerte abrazo
a su prima, sentía que le debía su vida y la de su hermano. Tenía ganas de
llorar, se había sentido tan mal al no encontrar a Saúl. Como si no le quedase
nadie en este mundo y hubiese fallado en su último encargo a su padre.
Carla empezó a
explicarle a Ricky que no era su mérito, que nunca hubiese salido de su piso a
no ser por…Pero en aquel momento el Yayo Cristian llegaba, cargado de verduras
y frutas frescas.
-¡Hola Ricky! ¡Me
alegro mucho de verte de pie!- le dijo Cristian a su nieto mayor.
-¡Yayo, Yayo! ¡Estás
vivo!- Ricky salió corriendo a abrazar a su abuelo. No lo había visto desde el
nacimiento de Saúl, pero se alegraba tanto. Lo quería mucho. Habían estado muy unidos,
y sintió mucho que se marchara, pero ahora estaba allí, ¡vivo!, y traía comida,
como había sido su costumbre de siempre. Y sabría cómo salir de aquella
situación airoso. Si alguien tenía idea de cómo sobrevivir con muy poco, era
persona esa su abuelo. Su abuelo le había enseñado cómo funcionaba el campo.
Pues le gustaba cultivar cosas en un pequeño huerto que había sido su gran
afición desde siempre. También le enseñó a pescar, él lo consideraba un gran
pescador, el mejor. Con su yayo había aprendido el nombre y forma de los peces
y también de muchas plantas y las que no eran buenas o incluso algunas
venenosas.
Al despertarse no
sabía cómo acabaría el día y se temía que muy triste, pero no podía ir mejor,
de momento tenía a Saúl, a Carla y al Yayo. Su alegría era muy grande, pero nunca
le duraba mucho y enseguida su cerebro práctico empezó a funcionar.
-Yayo, hay muchos,
muchísimos niños solos, yo les he estado ayudando, cuando estaba bien, pero no
puedo solo. Son demasiados. Tampoco puedo no ayudar a nadie, necesitan mucho la
ayuda. Yayo, ¿qué vamos a hacer?
Cristian los había
visto, y los había auxiliado en sus más básicas necesidades, y había pensado
mucho en esto. En su largo viaje desde la otra punta del país. Cambiando de
coche al agotarse el depósito, los había visto. Por todos lados había niños y
niñas solos, tenían hambre y frio. Y no sabían cómo actuar. Él los había
auxiliado, pero sabía que era muy poco. Pero, egoístamente pensaba en sus
nietos, y no se detuvo apenas en ningún sitio.
La práctica ausencia
de adultos había colapsado todo, sin gente para trabajar y hacer funcionar las
ciudades, la energía no llegaba, y sin electricidad todo el mundo globalizado
se había quedado aislado, sin información, sin conexiones. Él había recorrido
casi mil kilómetros para volver a su casa, y en todas partes era igual. ¿A
cuántos alcanzaría aquel mal? No había forma de saberlo, móviles, tabletas y
ordenadores, que nunca había aprendido a usar, quedaron inútiles y sin sentido
de ser.
Aunque Cristian no
había dejado a todos los niños a su
suerte, había rescatado a uno, que se había llevado consigo a David, no
pudo abandonarlo con su soledad, y David podía ser mucho más útil que carga.
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