Pandemia, Primera parte. Contiuación II
El barco de pesca
había zarpado hacía una semana. Cristian se había enrolado a cambio de la
comida y poco más. Estaba jubilado, pero no podía estar encerrado entre cuatro
paredes, hacía unos años que había abandonado su casa, pues su esposa, aunque
la quería muchísimo, lo ahogaba, lo quería proteger tanto de todo, que no se
daba cuenta de que lo estaba matando lentamente. Y un día se marchó, así, sin más.
Vivía en barcos de
pesca y en campos o granjas que iba buscando en su caminar continuo. Ofrecía
sus servicios a cambio de cobijo y era más feliz de lo que nunca había creído.
Cuando zarpó en el
barco y a pesar de no estar muy conectado con un mundo que no levantaba la
vista de las pantallas, no había podido evitar enterarse de que existía una
extraña pandemia que estaba haciendo mucho daño, pues mataba rápidamente y
parecía muy contagioso.
Sus pensamientos volaron
hacia sus seres queridos, su mujer, sus hijos y sus nietos. Aunque se había
marchado, no por ello olvidaba que tenía una bella familia a quien quería.
Pensó que los grandes médicos con toda aquella tecnología pronto lo
resolverían. Que sería una nueva gripe A con mucho bombo y poca chicha. Aun
así, mando mensaje a su casa para saber cómo estaban todos allí, y, sin obtener respuesta, enroló.
La tripulación del
barco estaba constituida por el patrón y tres pescadores, uno de ellos era el
hijo del patrón de apenas 18 años, y el mismo.
Todo parecía ir bien
en el barco, él pescaba a caña. Había sido su pasión desde niño, se divertía
con ello, respiraba el aroma del mar y ayudaba a la tripulación.
El chaval del patrón
le recordaba mucho a su nieto mayor, estaba allí porque su padre creía que haciéndolo
trabajar duro renunciaría a abandonar los estudios. Pero Cristian estaba
convencido de que no sería así. Aquel muchacho sería pescador como su padre, no
era carne de biblioteca. Se movía muy bien por el barco y pillaba todas las
tareas a la primera. Seguro se dormía agotado cada noche, del duro esfuerzo,
pero satisfecho, orgulloso de sí mismo, Era feliz allí, como lo era Cristian.
Igual que su nieto, era un chico inteligente, pero tozudo, necesitaba
comprender el mundo por sí mismo y no aceptaría que se lo contaran para
creerlo, tendría que vivirlo.
Cuando llevaban una
semana y media en el mar, el patrón de la nave parecía enfermo, estaban a mitad
de la salida, programada para unas tres semanas, pero al ver mal al patrón
decidieron llamar a tierra para localizar al médico y que les dijera si era
grave para volver o podían hacer algo desde allí ellos. La sorpresa fue que
nadie respondía a las llamadas desde el barco. Era insólito, e irresponsable,
como se podía abandonar un puesto así, algo grave sucedía.
Decidieron regresar y
llevar al patrón al hospital, su estado empeoraba por momentos. Se dieron mucha
prisa, las condiciones del mar eran estupendas para navegar, aun así, el patrón
no lo consiguió, llegó a tierra cadáver ya, y los dos trabajadores del barco
llegaron también en muy mal estado, habían enfermado también, los tres hombres
estarían entre los cuarenta y los cincuenta, eran hombres fuertes y llenos de
vida cuando la travesía comenzó, pero aquel mal era rápido y devastador. Tan solo Cristian y
el chico llegaron sanos a puerto. Perfectamente bien. Lander, que así se
llamaba el hijo del patrón estaba destrozado por el fallecimiento de su padre.
Al desembarcar en el
puerto, parecía como si en vez de una semana y poco hubiesen pasado años, estaba
todo abandonado, nadie se ocupaba de nada. Los barcos amarrados o alguno sin amarrar,
parecían completamente abandonados. ¿Qué había pasado allí? ¿Cómo? ¿Tan rápido?
Cristian fue con
Lander hasta su casa, pero estaba vacía. Las calles olían a muerte, era
espantoso. Buscó una radio, o un aparatejo de los que todos usaban últimamente,
para saber algo, pero al momento vio que era inútil. No había electricidad.
Pensó que tenía que
irse de allí, tenía que volver a casa, esto debía ser la enfermedad de la que
había oído hablar. Sí que era terrible e
iba muy deprisa.
Cristian no lo pensó
más, cogió uno de los muchos coches que estaban abandonados y puso rumbo a su
hogar. Lander no quiso ir con él, quería despedir a sus padres y luchar allí en
su tierra. Así que Cristian, otra vez solo, se marchó. Su casa no estaba cerca
de dónde él se encontraba y aquel coche no tendría el combustible necesario
para llegar, pero ya repostaría.
La autopista estaba
vacía, nadie circulaba por ella. La radio estaba muda, nadie hablaba tampoco,
ni había música, nada. Vio una estación de servicio y decidió llenar el depósito,
pero no había nadie para atenderle. Entró en la tienda y vio que solo había
vacíos los estantes de la comida. La caja tenía dinero, a pesar del abandono
total. No había electricidad, pero eso ya lo esperaba. Intentó repostar combustible
él solo, pero los tanques estaban vacíos, era lógico, si no se rellenaban se
habrían acabado, seguramente estarían todos así, proseguiría con aquel coche
hasta que se le terminase el combustible y ya cogería otro…
Cerca de donde se
encontraba había una granja de una familia muy amable, él había pasado unos días
allí en su viaje de ida. Quizás fuese inteligente dirigirse allí, viendo como
habían dejado las estanterías de alimentos de la gasolinera, sería bueno tener
algo que comer, y ver como estaba aquella gente. Si no se proveía él mismo de alimento no tendría
que comer, comprarlo ya no podía. Y la comida parecía ser la prioridad en los
saqueos.
No pararía más que lo
necesario, una urgencia por llegar a casa lo azuzaba desde dentro, estaba
seguro de que era muy importante llegar cuanto antes.
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