(La nueva sociedad, 2ª parte continuación)
Javi y Carla habían sido buenos estudiantes,
y a ellos se les encomendó la tarea de buscar en la ciudad información en
libros y bibliotecas, con la ausencia de internet la tarea no era nada
sencilla. Ellos se convirtieron en buscadores de información vital. Eran buenos
entre libros y más bien regulares en trabajo de campo. Además formaban un buen
equipo. Y aunque antes solo se conocían por Sonia, pronto empezaron a hacerse
muy buenos amigos.
A la familia del Yayo Cristian se habían
unido dos nuevos miembros. Sonia y Javi, Sonia era la mejor amiga que Carla
había tenido en la escuela, muchas veces Sonia y ella se habían sentado juntas
en clase. En ocasiones, Carla tenía que explicarle las lecciones con paciencia,
a Sonia le costaba asimilar los conceptos. Pero a veces, Sonia invitaba a Carla
a su casita de campo. Su padre criaba dos yeguas preciosas porque le gustaban
mucho los caballos. Allí era Sonia quien explicaba las cosas a Carla. Sonia solía
montarlas con frecuencia, era una gran amazona. En todas las cabalgatas de la
ciudad desfilaban los imponentes animales de Sonia, en ocasiones tirando de una calesa muy bonita, en la que
también estuvo invitada Carla a montar.
Las yeguas y Sonia parecían tener una conexión que iba más allá de lo enseñable
y lo aprendible, era algo innato, un don.
Sonia no estaba sola cuando la encontraron,
sino con su hermano mayor, Javi, que tenía quince años, era de los pocos chicos
de esta edad que habían sobrevivido al virus, Como Ricky había estado enfermo, y Sonia lo había
cuidado hasta conseguir que se recuperara.
Javi era un muchacho alto y fuerte, ayudaba a
su padre en los quehaceres de la cuadra, pero al contrario que Sonia, a él no
le gustaba demasiado aquello. Él era más de libros, de películas y de
civilización, mucho más urbano. Había sido un excelente estudiante,
probablemente hubiese hecho una gran carrera de haber podido seguir. Tanto
Sonia como Javi fueron acogidos en la casa de Cristian. A Carla le hizo mucha
ilusión poder vivir con su mejor amiga. Las yeguas de Sonia fueron llevadas
también a la propiedad en la que se habían establecido. Así dispusieron de un
transporte más rápido que ir andando, y cuyo combustible crecía libremente por
todas partes.
Cristian enseñó a Sonia y a David donde se
habían encontrado las explotaciones ganaderas de la zona. Ellos se encargarían
del tema animales, otros niños a los que
también les gustaban mucho se quedaron a su disposición para ayudar a poner, de
algún modo. Las granjas en funcionamiento,
Se instauró la asamblea diaria, todos los
días, al atardecer se hacía una asamblea. Al principio tan solo hablaba
Cristian, disponía los quehaceres del día
siguiente y quien se encargaba de los trabajos. Pero a medida que los muchachos
hacían cosas empezaron también a hablar. A pedir más manos para su labor, a
exponer alguna idea que podría ser de utilidad. Pero a la par que la comunidad
iba tomando un rumbo y una forma, la asamblea se fue convirtiendo en una reunión lúdica también. Si no había demasiados
conflictos que resolver Cristian contaba alguna historia de su niñez. A los pequeños
les gustaba mucho oírle, y saber que él también fue niño los acercaba aún más.
Al finalizar la asamblea y en pos de evitar
futuros conflictos Cristian siempre despedía el acto diciendo las mismas palabras:
“Cada miembro de esta comunidad es útil en su
labor, tenéis que hacer aquello que os guste más y hagáis mejor, y siempre para
ayudar a los demás”
Aquella frase que había inventado ayudaba a
aquellos niños frágiles, que tanto habían sufrid, a que se sintieran orgullosos
de sí mismos y se fuesen contentos a dormir. Aunque Cristian a veces les oía
gritar y sollozar en su sueño, a causa de las pesadillas que muchos aun
sufrían.
-¡Yayo! ¡Despierta!
¡Yayo!-Carla lo llamaba y la desesperación vibraba en su voz.- Dime cariño,
¿qué es lo que te sucede? Todavía es de noche- el Yayo se despertó y adivinó
rápidamente que la situación era grave.
-¡Es Saúl, Yayo! Está
ardiendo, no sé que hacer, pero el pequeño está muy mal.-Dijo Carla, a punto de
romper a llorar.
Carla se había dado
cuenta primero de la situación porque dormía con su pequeño primo pegado a su
cuerpo siempre. El pequeño se tranquilizaba con su contacto, pero ella también
se tranquilizaba con el pequeño cerca.
- ¡Saúl! ¿Está
enfermo?- El Yayo estaba preocupado. Saúl haciendo sus cabriolas habituales se
había caído dentro de la acequia en la que pescaban el día anterior. Ricky lo
había rescatado sacándolo del agua rápidamente.
Ellos le quitaron la ropa mojada, y le dejaron secarse desnudo al sol. No hacía
frio, pero tampoco calor, quizás la traicionera brisa del mar lo enfrió.
Probablemente aquel chapuzón imprevisto no les sentó nada bien al chiquitín.
Cristian no sabía
nada de medicinas, y menos de las pediátricas, tampoco creía que podría
encontrar mucha medicina en las farmacias saqueadas de la ciudad. Había estado
en las mismas, pues él mismo tenía que tomarse alguna que otra pastilla, y sus
reservas se agotarían pronto. Pensó que quizás encontraría más cosas útiles en
los botiquines de las casas, incluso en las de sus propios hijos. Que las saquearon
para proveer a sus nietos. Pero ¿cuáles serían
las buenas? Una cosa sí sabía él de medicinas,
que eran muy peligrosas.
-¡Yayo! ¿Qué
hacemos?-Carla le sacó de sus pensamientos. Estaba muy asustada.-¡Despierta a Ricky!
Quizás él nos pueda aportar más ayuda- le dijo Cristian.
Despertaron a Ricky,
él sabía de medicamentos, poco más o menos lo mismo que ellos, cuando estaban
enfermos su madre le daban un jarabe y él lo tomaba sin más. Decidieron despertar a Javi también, era el
más mayor y era inteligente, quizás les pudiese ayudar.
Javi se levantó de un
brinco y fue a ver al pequeño Saúl, efectivamente, estaba ardiendo de fiebre, Tenía
los ojos vidriosos y las mejillas encendidas en rojo. Javi lo desnudó inmediatamente,
acto seguido pidió agua y paños para refrescar al pequeño, Saúl estaba muy
quieto, quejumbroso. Él que siempre era un torbellino, que se reía con las
carcajadas más contagiosas del mundo. Se veía a la legua que el pequeño lo
estaba pasando mal.
Javi le presionó el
oído y el pequeño Saúl rompió a llorar desesperadamente,
le había hecho daño, Ricky se sintió molesto y enfadado, Cristian tuvo que cogerle del brazo justo a tiempo para
evitar que le diese un puñetazo a Javi.
-Ricky, no quiero
causarle daño, quiero ayudar, pero él no sabe decirme lo que le duele, y lo
tengo que averiguar así- Javi hablaba en tono conciliador, se había visto pasar
muy de cerca el sopapo de Ricky.
Javi continuó con su
reconocimiento del chiquillo, le abrió la boquita, y vio que tenía la garganta
llena de placas blancas. Con aquello Javi concluyó que el niño probablemente tenía
una amigdalitis y otitis. Y que lo que necesitaba eran antibióticos. Pero él no
sabía cuáles. Todo lo que había hecho era repetir el proceso que con él hacia
su médico, y las palabras que decía, pues había sido muy propenso a sufrir
estas afecciones cuando era más pequeño.
Él solo sabía que
tenían que mantener a raya la fiebre y para eso si conocía el medicamento, paracetamol
o ibuprofeno. Pero habría que esperar a que el amanecer pusiera luz en el mundo
para salir a buscarlo, aquella noche no había siquiera Luna en el cielo que los
alumbrara. Intentaron hacer beber agua a Saúl, sabían bien, todos los que
estaban allí, que una fiebre necesita mucha hidratación, pues así habían
salvado a Ricky y a Javi, evitando que
la temperatura subiera en exceso.
Al despuntar el alba,
Los dos chicos marcharon a la ciudad en busca de las medicinas que podrían ayudar
a Saúl. Saquearon en farmacias, cogieron todo lo que les pareció que podría ayudar,
también visitaron el hospital. Y sus propias casas. Aquello fue muy
desagradable, volver a la ciudad era siempre desagradable, pero ir al hospital lo
era en extremo.
Los recuerdos
disparaban el dolor de sus pérdidas, sus mentes eran incapaces de evitar
recordar sus vivencias allí. Recogieron rápido lo que buscaban y salieron lo más
pronto que pudieron de allí.
Carla leyó los prospectos
de los medicamentos, con atención, los muchachos habían recogido todo aquello
que rezase como pediátrico. También vendajes y jeringuillas. Recordaban que sus
madres les habían dado las medicinas en jeringuillas y les pareció también
importante.
Carla decidió darle
al pequeño ibuprofeno y amoxicilina; esperando acertar la medicina y que Saúl
mejorara, pero se sentía muy mal y muy asustada, todas las medicinas tenían posibles
efectos adversos terribles. Si se equivocaba y algo malo le sucedía al niño,
ella no podría perdonárselo.
Dedicó tres días con
sus noches al pequeño Saúl, la fiebre se iba a ratos, pero reaparecía a las
pocas horas. Ella no se separaba del pequeño, lo tocaba constantemente y
preparaba sus medicinas en las jeringuillas. Saúl, en sus ratos buenos jugaba
con ella, para él era como su mamá, una nueva mamá, que lo cuidaba y jugaba con
él.
Saúl lloraba mucho
cuando lo encontraron el Yayo y ella misma, pasó muchos días llamando a su mamá,
pero ahora ya hacía semanas que no la mencionaba. Cuando se notaba mal llamaba
a Carla, él le decía Teta, igual que a Ricky le llamaba Tete.
A cuarto día la
fiebre se marchó, y Saúl parecía completamente curado, todos se alegraron mucho
por ello, felicitando a Carla por haber manejado la situación tan bien. Pero ella
no estaba del todo contenta, y fue Yayo Cristian quien se dio cuenta de que
algo le ocurría a su querida nieta.
-Carla, ¿Qué te
ocurre cariño? ¿Qué te preocupa ahora? ¿Es que el niño no está bien? Lo has
hecho muy bien, se ha recuperado gracias a ti-Cristian le hablaba así a Carla,
intentando animarla.
-Yayo, las medicinas
son peligrosas, y también durarán muy poco. Siempre habrá algo que curar. Creo
que hasta el momento hemos tenido mucha suerte de no tener más que algún corte
o arañazo, pero, ¿Cómo curaremos cosas más serias? Las medicinas no durarán
siempre.- Así le expuso Carla su preocupación.-Nada de esto durará siempre,
pero por ahora es lo que tenemos, somos pocos, y hay suficiente de casi todo-
dijo el abuelo.
-No me has convencido
para nada, Yayo- contestó Carla a aquellas palabras, con el ceño fruncido.
Aquello no era ninguna solución y el abuelo lo sabía, pero ¿qué podía hacer?-Yayo, hace poco leí
un libro, uno que me prestó mamá, era de gente de la prehistoria, no tenían tampoco
mucho, y en él la protagonista curaba a sus compañeros de tribu con plantas medicinales.
¿Tú crees que podríamos cultivar esas plantas y usarlas? Claro que habría que
aprender cómo usarlas y como prepararlas para que fuesen medicinas y no solo
plantas- Carla iba exponiendo así su línea de pensamiento en voz alta.
-Esa es una gran idea
Carla, yo no conozco esas plantas, pero si tú te encargas de estudiarlas y de preparar los remedios. Si tú averiguas cuales son y me lo muestras,
yo podría cultivarlas para ti. Te puedo hacer un huerto medicinal, - Yayo
Cristian le prometió su ayuda, se sentía más animado pues había algo que él podía
hacer para ayudar a su nieta en aquello que claramente la estaba atormentando.
-¡Sí Yayo! Aprenderé
a curar con plantas, leeré los libros de la biblioteca, los de mi madre y si es
necesario los del hospital, no quiero sentirme tan frágil la próxima vez. Carla
cambió su ceño fruncido por un reluciente brillo en los ojos, su vida había tomado
ya un rumbo. Su abuelo sabía que sería una gran médica, lo había hecho muy bien
y lo haría mucho mejor. Y tenía razón, habría enfermos y accidentes que requerirían
conocimientos y medicinas.
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