Tercera
parte, Nueva amenaza (continuación2)
Se convocó asamblea aquella misma noche, se
hizo un fuego, aunque no hacía nada de frio. Y se explicó la situación.
Ricky fue el primero en exponer su idea de usar armas de fuego para abatir a la
bestia. Yayo Cristian se opuso, como ya había hecho antes, pero esta vez sí
hizo su propuesta, entendía que el plan más eficaz seria hacer una trampa y llevar
al animal a la misma con algún tipo de cebo.
Yayo Cristian pesaba más que Ricky en la
comunidad, no había ninguna prohibición tampoco, exceptuando la de las armas de
fuego. La verdad era que no las habían
usado y les había ido bien. Algunos chicos habían perfeccionado lanzas y
adquirido cierta destreza y puntería con las mismas. Pero tampoco se habían
sentido amenazados por nada que no fuera
el virus o el hambre, y aquello parecía
pasado ya.
Hubo mucho revuelo, todos estaban conformes en
matar al bicho, pero la cuestión era cómo, siguiendo la Ley o quebrantándola.
El debate fue intenso y finalmente la
solución de Yayo Cristian tomó ventaja.
Nadie sabía usar un arma, ni siquiera Cristian, que lo más cerca que había
estado de un arma fue en su servicio militar, y todavía tenía escalofríos al
recordar el sonido del cetme al disparar, y eso que solo fueron disparos a una
diana, aunque con munición real. Recordaba el sudor de las manos y el miedo en
el corazón de saberse capaz de matar a una persona si se equivocaba. De aquello
hacía ya casi cincuenta años, pero la sensación de repugnancia, miedo y
aprensión aún recorrían su espalda al recordar el frio tacto de la muerte, con
forma de cañón y de balas.
Las trampas por otro lado, eran conocidas por
los pequeños cazadores y cazadoras del grupo, el plan era mucho más cercano que
coger un instrumento peligroso que tampoco sabían usar, por mucho que
recordaran como los usaban en la tele, prácticamente todo el mundo, la realidad
era que ellos no tenían ni idea, pero si
sabían, también por la tele que aquellos instrumentos eran fatales, la gente
moría. Y de muerte real si sabían, demasiado para sus cortas edades. Con estos
criterios el plan de la trampa de Cristian se impuso al de las armas de Ricky,
y este tuvo que capitular.
También se aprobaron algunas reglas nuevas,
todos los habitantes de aquella sociedad de menores debían ir siempre
acompañados, ya nadie podía ir solo fuera de los refugios. Las puertas y
ventanas de los refugios se reforzarían, habría siempre fuego cerca de los
refugios para disuadir a la fiera de acercarse a los mismos.
La asamblea se disolvió y con las nuevas
precauciones puestas en marcha cada grupo, juntos regresaron a sus hogares.
El terreno en el que se encontraban era su
mejor baza para luchar contra la fiera, pues era una zona de humedales.
Cristian conocía zonas donde el agua que
brotaba del suelo hacía que la tierra se volviese tan húmeda y disuelta que la
convertía en una trampa natural, donde había que tener gran cuidado, pues animales
como los caballos podían hundirse allí, con su carga y sus aperos. Cristian
recordaba que alguna vez de niño, había visto a los hombres luchar mucho por
sacar algún animal allí atrapado. Aquella sería la forma más eficaz de atrapar
al monstruo, llevarlo hasta la trampa
que la naturaleza ya tenía dispuesta en la planicie. No sería tan complicado,
una de estas zonas se encontraba cerca del manantial, de hecho era el mismo manantial,
pero el agua no llegaba a emerger como tal. Seguramente, y como ya lo había
hecho o bien acudía a beber o bien a buscar presas allí.
Habría que vigilar la zona por si aparecía.
Dispondría muchachos y muchachas en la
ermita para esta labor. Señalizarían discretamente la trampa, para no ser
víctimas ellos mismos.Aunque con el arroz alto como estaba la zona se distinguía
sola, allí no había plantas así.
Cristian iba haciendo un plan de como abatir al animal. Le faltaba la parte de
atraerlo hacia la trampa. No sabía todavía como lo podrían llevar hacia allí de
un modo más o menos seguro para sus cazadores. No sabía que inteligente podía
ser, como de grande era. Que familiaridad tendría con los seres humanos. Le
faltaba mucha información todavía. Solo sabía que nadie tocaría una escopeta.
Necesitaba saber a qué clase de bestia se tenían que enfrentar para definir su
estrategia de caza.
Había pasado ya una semana del suceso del
cerdo devorado. Nada importante había ocurrido, aunque el nivel de alerta
seguía siendo máximo.
Aquella mañana, como muchos otros días había
hecho, Sonia fue a buscar a su yegua Pandora, deseaba salir al trote un rato,
pero Javi la detuvo.
-No puedes salir a trotar hoy, no hasta que
matemos a la fiera.- Le dijo
Sonia se enfureció con él, estaba harta de
todo aquello, le gustaba salir a cabalgar con su yegua, le hacía sentirse bien,
siempre se veía tan menospreciada. Cuidando cerdos y otros animales de granja. Y
desde que habían puesto las nuevas normas ya no podía ir y venir por los campos
como antes, y tenía que quedarse muchas veces en el refugio de la granja, con
David y los demás cuidadores de
animales, se sentía como expulsada de la casa de Yayo Cristian. Por su
seguridad, le decían, pero ella creía que no la querían allí, no era tan
valiosa como su hermano inteligente, o su amiga médico. Que ahora ya era una
mujer, y ya no quería saber de niñas como ella.
Carla y su familia se las habían ingeniado
para fastidiarle lo único bueno que ella creía hacer, cabalgar. Su mejor amiga
en el colegio, cuánto se había alegrado de encontrarla cuando el mundo cambió,
pero ahora no sentía esa alegría. Sentía un rabia interior que la dominaba
cuando pensaba en ella, Carla era ahora como una especie de reina, pues no había
sido nunca más que una mosquita muerta
detrás de ella, Sonia, que con sus descaro le sacaba las castañas del fuego mil
veces a su mojigata amiguita. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo se habían cambiado tanto
los papeles? Si no fuese por su guapo primo y por su abuelo, Carla no sería
nada, nada. Si ella tuviera su poder, revocaría aquella norma estúpida de no
poder salir sola.
-Pero ¿qué te pasa Sonia? Ni siquiera tú
puedes ser tan estúpida para no comprender que es por tu propia seguridad- Javi intentaba razonar con ella, pero aquella
frase la sacaba aún mas de quicio, “por tu propia seguridad”
- Tú, que eres mi hermano, pero les das la
razón a ellos, y ¿por qué? Pues porque ella te vuelve loco, pero no te das
cuenta de que solo quieren mangonearlo todo en la vida de todos. ¿Tú viste al
cerdo? ¡No! ¡Ni yo tampoco! ¡Y me lo tengo que creer y obedecer, solo porque
ellos lo digan! Igual se murió de viejo o de enfermo, al fin y al cabo ellos
saben muy poco de animales de granja.- Sonia argumentaba contra la palabra de
los cazadores, y tenía razón en una cosa, ninguno de ellos dos había visto al
animal, y el único que sabía algo de animales de granja era David y estaba de
centinela, tampoco vio al cochino. Pero ¿Qué sentido tenia inventar algo así?
-¿Qué te ocurre Sonia? Es porque quieres ir a
cabalgar, yo te acompaño, vamos los dos. Tu monta a Pandora y yo a Strategos,
pero no digas más sandeces, ¡por favor! ¿Por qué mentirían? Carla es tu mejor
amiga.- Sin querer Javi volvió a meter el dedo en la llaga y Sonia estalló.
-¡Yo creo que desde que es importante ya no
es amiga de nadie!, si no, ¡mira, mira cómo te trata a ti!, la admiras como a
una diosa, pero ella pasa de ti, le da igual, ni siquiera te ve- Sonia sabía
que hería a su hermano, pero le daba igual, sentía una satisfacción momentánea,
creía que así dañaba la imagen idílica de Carla, y ya que no podía disfrutar de
su paseo a caballo se desfogaría de esa forma.
- ¡Sonia! ¡Basta ya! ¡No digas más tonterías!
Me voy al laboratorio, no quiero pelearme contigo y se me agota la paciencia
ya- Javi se marchó apenado, y aún pudo oír a Sonia.
-¡Sí, corre! ¡Ve a levarla a los altares,
corre con ella! ¡Ofrécele tu cabeza para
que pueda pisarla!-
Javi no contestó, tenía los puños apretados,
si se hubiera quedado un poco más la hubiera golpeado pero al iniciar su salida
de allí no regresó, de no haberse puesto en marcha, no sabía cómo hubiera
acabado aquello.
Como no podía irse solo del refugio llamó a
una de las chiquillas que allí vivian también para que lo acompañase al
laboratorio. A Raquel le gustaba mucho ir allí, así que se fue gustosa con él.
Javi pensaba que allí vería a Carla y se le pasaría el mal humor que su hermana
le había provocado.
Cuando su hermano se marchó, toda aquella
euforia que había sentido insultándole, la sensación de satisfacción que había
tenido, se fue trasformado en algo agridulce y poco a poco en un amargo trago,
y al cabo de poco se sintió muy mal, tenía unas ganas enormes de llorar, de
gritar y de romper cosas. Sabía que no había sido justa con él, se había
ofrecido a acompañarla, a pesar de que no era muy de su agrado, pero ella
ofuscada en su cabreo lo había herido, y ahora se sentía fatal, necesitaba
salir, tomar aire fresco y pensar. Ella no conocía mejor forma de pensar que a lomos
de su querida Pandora. Así que, desoyendo la norma de no salir sola a espacios
abiertos y sin su hermano para detenerla
montó a su yegua y salió a trotar por la
planicie.
Sus nervios se relajaron, su cuerpo se dejó
fundir con el de su cabalgadura, eran como un todo y en vez de dos seres. Se dirigió hacia el mar, la playa, allí podría
bañarse y relajarse. Sus pensamientos se diluyeron, sintió el viento en su cara y el calor de su animal
en sus piernas. Era la mejor sensación del mundo, cabalgar con Pandora por la
planicie, rumbo al mar. El paseo a caballo hasta la playa costaba unos quince
minutos, y ella se encontraba ya muy cerca, podía oler el inconfundible aroma
del salitre que le llevaba la brisa. Pero de repente su conexión con el animal
cambió. Pandora estaba alterada, asustada, algo la había puesto nerviosa,
quizás fuese una serpiente, a veces pasaba, había muchas por allí, aunque no
eran peligrosas.
Sonia se irguió todo lo que pudo para
observar a su alrededor, y ver que había inquietado a la yegua. Había reducido
la marcha, ella la acariciaba para que se tranquilizara, sus orejas se movían
raudas en todas direcciones.
De repente lo vio, no estaba demasiado cerca,
pero se veía perfectamente, las miraba atentamente, acechante. Sonia también
sintió el miedo, no quería trasmitírselo a Pandora. ¿Por qué no le habría hecho
caso a su hermano?
Entre las hierbas altas de los arrozales, que
empezaban a dorarse, asomaba una melena rojiza y unos ojos felinos, aunque
tranquilos, que las observaban.
Sonia dominó su miedo a duras penas, dirigió
a Pandora en dirección contraria al león que las miraba. Ella tampoco dejaba de
mirar al enorme felino, intuía que así lo controlaba mejor, y como si de un
perro se tratase, pensaba que si salía huyendo cual pelota lanzada, el león
atacaría sin vacilar. Al paso, sin
correr y sin dejar de mirar al monstruo, fue poniendo tierra de por medio, el
cazador descubierto no tenía opción, y
cuando su posible presa estuvo a una
distancia inalcanzable ya, dio media vuelta
y se marchó de allí en dirección al Pedrusco.