La fiera ataca.
El verano estaba en su punto más caluroso,
a pesar de no haber sido cultivados correctamente los arrozales tenían muchas
plantas con grano, se podrían cosechar en poco más de un mes, eso les proveería
de cereal para el invierno.
Javi y Carla, ya más
reconciliados, habían llevado al pequeño Saúl y unos cuantos niños más,
pequeños como Saúl, a la playa. Aquel día era en extremo caluroso. Los montaron
en uno de los carros y engancharon dos yeguas y se fueron a disfrutar un poco
del mar. Llevaban diez niños en total,
ellos dos de cuidadores, y a última hora Ricky decidió unirse también a la excursión,
así podría pescar en el mar.
La playa estaba increíblemente
limpia, para no limpiarla nadie, cierto también que nadie la ensuciaba. El agua
estaba cristalina, la arena fina bajo los piecitos desnudos de los chiquitines
era una delicia.
Ricky inmediatamente desplegó su equipo de
pesca; el equipo de pesca era una pasada, porque Ricky había cogido de la
armería las mejores cañas, aparejos, etc., asesorado por su abuelo, así que,
contrastaba toda aquella tecnología con el ambiente casi salvaje que se
respiraba allí.
Los críos se dispersaron por la
playa, correteando y chapoteando, Carla jugaba con ellos, Javi se mantenía
alerta, después de lo del León, siempre había que vigilar. Pero sus ojos iban irremediablemente
a la persona de Carla, que corría y jugaba con los pequeños como una más,
aunque él no veía allí a ninguna niña,
el veía la felicidad, a pesar de lo ocurrido, mirar a Carla le producía una extraña mezcla de sentimientos,
ternura, ganas de abrazarla, algo en el estómago que no conseguía definir y placer.
Estar cerca de ella, su olor, su voz, su pelo alborotado, sus ojos verdes como
el mismo mar, tan expresivos siempre. Se sentía mucho más vivo cuando la sentía cerca, fue horrible cuando
ella lo evitaba. Ella era sencillamente maravillosa.
Carla corría arriba y abajo con
los críos, Ricky les había fabricado unos
pequeños arpones, para lanzárselos a los peces de la playa que nadaban
muy cerca de la orilla. A los más pequeños como Saúl solo les hizo el palo sin
punta, pero a los que tenían 4 o 5 años les dio una herramienta y les enseñó cómo
usarla. Aunque él no creía que cogerían nada, pero así practicaban algo útil
mientras jugaban.
Y tanto que practicaban, estaban todos
metidos hasta su cintura, lanzando
arponazos a mar entre ellos, había una chiquilla, de unos cinco años que se lo
tomaba muy en serio, Carla la observó un rato, Cris se quedaba muy quieta y concentrada
antes de lanzar, a punto estuvo de pillar alguna pieza.
De repente Javi detectó el
nerviosismo de las yeguas. Pandora y Canela eran animales tranquilos, se
encontraban sueltas del carro que habían arrastrado hasta allí, pero cerca de
los chicos, y de pronto estaban muy excitadas. Javi se puso alerta avisó a grupo de que algo sucedía.
Carla llamó a todos los niños y niñas que estaban
arponeando en el mar y Ricky también los llamó. En lo alto de la duna de arena
divisaron la melena rojiza que había inquietado las yeguas, Javi estaba ya montado
en una de ellas y quería llegar hasta Carla, la otra lo seguía.
- - ¡Carla monta! ¡No puedes sacarlos a todos!- Le
gritaba Javi.
-
-¡No, tengo que sacarlos! ¡No puedo dejarlos!-
Carla corría con todos los críos detrás, y Saúl
que era el más pequeño montado a caballito suyo.
- - ¡Monta con Saúl y vayámonos! ¡nos cogerá a todos
si no montas!- insistía Javi.
El león les acortaba la distancia,
ellos corrían hacia la zona de casas, se encontraba en una zona de veraneo, y
la población llegaba a orillas de la playa, quizás pudiera
refugiarles en la urbe si llegaba.
- - ¡Corred, corred!- Carla les gritaba a los
pequeños, no dejaba ninguno atrás, pero el león estaba ya cerca, y de repente
la pequeña Cris se paró.
- -¡NO! ¡Cris, cooorre! ¡Corre pequeña!- Gritaba
desesperada Carla.
La niña llevaba el arpón en sus manos todavía,
se paró, calculó y lanzó su arma a la fiera.
El león no era un pececillo
escurridizo, era un blanco más grande, y el arpón le acertó en una de sus
patas. La fiera se sorprendió, no esperaba defensa de una presa así, el arpón
lo hirió pero de forma leve, aunque eso lo detuvo un momento dándoles a los
críos la ventaja suficiente para alcanzar la zona residencial
Mientras el león se lamía la
herida y sopesaba las posibles presas a seguir, Ricky también alcanzó la
pequeña población, recordaba que había en ella una tienda, “el reino de
Neptuno”, de artículos de pesca, que tenía un figura de Neptuno con un tridente
imponente, quizás lo pudiera coger.
El león herido, ya no corría tan
rápido, pero había decidido ir a por Carla, que llevaba a Saúl y otro niño pequeño. Carla había dispersado a
los chiquillos por las calles de la zona residencial, para que buscasen donde esconderse.
El león tendría que elegir, y la escogió a ella. No encontraba ningún edificio abierto,
todo estaba cerrado y enrejado allí. Al final de la calle había una camioneta,
quizás se pudiesen montar dentro. El león les seguía cojeando, pero sin pausa.
Carla alcanzó la camioneta, no
podía abrirla, el león la alcanzaba, así que metió a los dos críos debajo del
vehículo y les ordenó no moverse de allí hasta que ella los recogiera
Los niños estaban asustados, pero
le hicieron caso, Carla llamó la atención de la bestia sobre sí, para que
dejase en paz a los pequeños, pero el
león no picó, su presa estaba allí, el más débil, y se paró junto a la
camioneta. Pero estaba demasiado estrecho el hueco entre sus bajos y el suelo, y no podía entrar, y sus zarpas no llegaban a
los críos.
Los pequeños lloraban inmóviles,
paralizados de miedo, justo donde Carla había dicho.
Ricky había conseguido el
tridente, era de vedad, sus puntas de acero estaban afiladas, era una buena
arma. Había visto a Carla con Saúl a cuestas, debía llegar a ellos enseguida.
Ricky sabía que solo tendría una oportunidad, oía a Carla gritar para que el
león la siguiera, pero igual que él tenía la brisa en contra, y el león no les
olía, aquella era una ventaja, le hizo una mueca a Carla para que se callase, sorprender al
animal era vital. Carla a verle con el arma se calló, per estaba muy
angustiada, su plan había fracasado, lejos de dejar a salvo a los niños les
había expuesto más y temía que saliesen de su refugio. A Saúl le fascinaban los
leones, ella le contaba el cuento del rey león mil veces, tenía uno de juguete,
no estaba convencida de que no fuera a salir para tocar a león. Aunque Saúl
estaba aterrorizado debajo de la camioneta, aquella bestia no se parecía en
nada a Simba, ni a su juguete, ni la situación
era similar al cuento, a Saúl no le gustaba nada aquel león malo y lloraba
llamando a Carla y a Ricky, pero sin moverse de su sitio, como Carla le había
dicho.
Aprovechando su ventaja, de ir
contra del viento, Ricky pudo acercarse a la bestia, obcecada con los críos,
calculó donde seria mortal su golpe, pensó que en el centro de la espalda,
quizás un poco más arriba, si le daba con fuerza llegaría al corazón.
Se acercó con sigilo clavó el tridente acertando en el punto que
él quería. El monstruo rugió con fuerza y se volvió, Ricky retrocedió levantando
los brazos para protegerse, aun así, el león le alcanzó en su brazo izquierdo y
el zarpazo hirió a Ricky que salió corriendo. El león intentó levantarse pero
ya no pudo, la sangre brotaba de su espalda y su respiración se iba haciendo
dificultosa. Rugió por última vez, sin
quererse rendir, pero al final su cuerpo se desplomó. Como un toro de lidia tras
el estoque mortal. Aunque Ricky nunca había visto una corrida de toros, había
protagonizado una, con una finalidad muy distinta a la de matar por diversión.
Pues, si algo no había sido todo aquello era divertido.
Ricky había corrido unos metros,
hasta que el dolor de brazo llegó a su cerebro, momento en el cual se permitió
el lujo de mirar la herida. Su propia sangre y la carne desgarrada que colgaba
de su brazo, hicieron que, junto con el creciente dolor, Ricky se desmayara.