lunes, 2 de enero de 2012

El diario de las locuras de la casa de al lado

El diario de las locuras de la casa de al lado
24 de diciembre de 2011

 Nochebuena de amor,
Navidad jubilosa…  


 Intento, lo intento de verdad, ser buena, y no meterme con nadie, y me gustaría decir que la Navidad es una época genial en la que todos nos volvemos un poco mejores y deseamos cosas buenas para los demás. Pero, he tenido el infortunio de comprobar, que al igual que los Reyes Magos no existen, estos sentimentalismos de ser mejores y desear los mejor a todo el mundo, tampoco son tan generales.  Y también lo he aprendido de los insólitos habitantes de la casa de al lado, y sus  formas únicas de expresarse, hasta en Nochebuena.
                               

 El día de Nochebuena, por la mañana, tenía yo un montón de ropa sucia, esperando a su día de colada, que suele ser sábado, y que este año coincició con la  Nochebuena. Así que una de las primeras cosas que hice esa mañana fue poner una  lavadora. Mi lavadora está ubicada en mi garaje, porque la terraza está detrás, y así  no tengo que ir subiendo y bajando para tender. Puse la ropa a lavar y me subí a seguir con tareas varias de los sábados, al fin y al cabo, la fiesta era por la noche. A la media hora o así llegó mi marido, que se había ido a almorzar, y me llamó para que bajase a ver algo, y, ¡sorpresa!...  La lavadora que había puesto me habia inundado la cochera, y la tenía llena de agua. Maldije a la lavadora por romperse en plenas fiestas, porque ahora mismo viene nadie y te lo arregla, y acto seguido nos dispusimos a limpiar el agua.  La cochera tiene la caída hacia la calle, así que el agua corre hacia la calle, mi marido se quedó limpiando el agua, mientras yo me subí, con mis tareas varias, los dos llega un momento en que nos estorbábamos para hacer el mismo trabajo.  El caso es que me subí para arriba a seguir con mis cosas, que había dejado a medias, y cual no es mi sorpresa que al poco rato me oí a ……..  ¡¡¡CARMEN!!! Con el tiempo que hacía que no lo ponía, pero como lo puso, ese piano ya no daba más de sí, no podía tenerlo a mayor volumen.  Y yo pensé, ¿a ver ahora que tripa se le habrá roto, y que narices se le habrá metido en la cabeza un día como el de Nochebuena para hacer la puñeta de esa manera? Serían sobre las once de la mañana o todavía no habían dado.
 Yo en contrapartida, me puse villancicos, y así ya no se oía al pianillo justiciero, y además pegaba más para el día que Bizet, con mis respetos a Bizet.
                    
 Cuando terminé, bajé de nuevo a ver como iba el tema de la lavadora, y ahí tenia a mi marido con la lavadora medio destripada, intentado arreglarla, y aunque yo en ese momento me asusté del posible resultado de aquella operación a corazón abierto, tengo que decir a favor de mi chico, que arregló la lavadora, pero en aquel momento daba pena de ver al pobre aparato patas arriba.
 Le comenté lo del piano: - No sé que se creerá que le hemos hecho ahora, pero ha puesto el piano a todo meter - le dije. - ¡Sí, ya me lo imagino, ha salido a la calle, y al ver el agua ha empezado a insultarme!- Me contestó, porque él desde la cochera no oye el piano.
-¿Qué? ¿Pero porqué?- Ya sé que son preguntas existenciales que no tienen respuesta, pero las hice, es un reflejo. - Pues ha llegado la amiga esa que tiene, y cuando me ha visto y que salía agua de la cochera ha empezado a llamarme de todo-   “¡¡Mira, mira si es desgraciado, el mal nacido este, como está poniendo la calle!! ¡¡ Tú ves, tú ves, si es hijo de puta!!”  Sus expresiones favoritas, dentro de su limitado y escaso vocabulario.  – ¿Y tú que le has dicho?- le pregunté ya temiéndome lo peor. – Yo nada, ¿no quedamos así en no hacerle caso, que a los locos se les da la razón y punto?- Menos mal, porque  ese día con lo de la lavadora y tal estaba un poco mosqueado y pensé que se podría enfrentar  con ella, pero fue más inteligente y no le hizo caso alguno. – Como no le he hecho caso, como si no la  hubiera oído se ha metido con el consiguiente portazo, diciendo “¡¡¡Ahora verá este, se va a enterar!!!” y se ve que se ha ido a poner el piano.-
Una respuesta madura dónde las haya, sí señora. Pensé yo.
             

 Y efectivamente, así fue. A la hora de comer, le pedí a mi marido que como tenía la cocina ya limpia mejor salíamos a comer algo, y así nos despejábamos también de piano, porque la hora de comer serían ya la dos de la tarde o más, y el piano con su Carmen interminable no había parado de sonar. Y una también se casa de los villancicos y necesita silencio, durante algo de tiempo. Así que nos marchamos a comer fuera.  
Como la noche iba a ser larga teníamos previsto hacer la siesta, sobre todo quería que la hiciera mi niño, porque si no, no iba a aguantar, así  que comimos y volvimos a casa con la intención de dormir, y con la certeza de que iba a ser chungo con El Toreador dando por saco, pero había que hacerlo. Cuando llegamos a casa había silencio, no serían aún las cuatro de la tarde, pero no habíamos todavía llegado a la habitación cuando empezó de nuevo el suplicio, aunque cambió a Carmen por La Marcha Turca de Mozart.
 A mi hijo en su cuarto no le molestaba, le cerré la puerta y se durmió sin problemas, mi marido se puso los tapones mágicos, y a descansar. Y yo tenía que despertarles, no sé usar tapones, así que me fui al salón, donde apenas se escucha y me tumbé en el sofá, no dormí pero algo descansé, porque a parte del piano, la tía loca se paso la tarde subiendo y bajando las escaleras dando unos patadones, que tendrá agujetas en las pantorrillas una semana seguro, y algún escalón roto también, y no exagero, nunca exagero nada.
 
 Así que ya veis que felicitaciones navideñas se gastan los habitantes de la casa de al lado. Por suerte el resto de la gente que conozco es maravillosa y ha sido estupenda en Navidad y siempre. ¡Felices fiestas!